lunes, 21 de julio de 2014

¿Pero esto qué poyah éh? Septiembre

Hay libros que te acompañan toda la vida. En la mayor parte de los casos esto sería una idea de esas que se ponen a todo color en los muros de Facebook. Sin embargo, en otros, es más bien un lastre que duele, pesa y, lo que es peor, aburre a las cabras. Todos tenemos libros de ese tipo en nuestra casa, sobre todo si somos aficionados a la lectura y hay gente que quiere hacernos un regalo, o incluso reconducirnos hacia un nuevo tipo de literatura, porque la que nos gusta no es lo bastante adecuada.

Una mezcla de estas dos tendencias fue la que yo viví el año en que cumplí la friolera de dieciocho años. Mi pobre madre, sabedora de mi pasión por los libros, pensó que ya era hora de regalarme alguno adecuado, y se fue a buscarlo. Ella siempre dice que fue a una tienda de mi barrio, aunque tengo razones para pensar que en realidad cruzó la laguna Estigia y se internó en Mordor sólo para traerme aquella abominación. 

En resumen, que mi madre le dijo a la dependienta: "mi hija tiene dieciocho años y le gusta leer", y después añadió: "¿Este libro es bonito?". Y, efectivamente, todo se fue a pique.

Lo que aconteció a resultas de aquel día aciago, fue un libro inmundo que ha estado cogiendo polvo en mi estantería hasta hace un par de meses cuando, en un arrebato de nostalgia, me decidí a leerlo, por aquello de que la mala literatura ayuda a dormir por las noches.

La bazofia en cuestión se intitula Septiembre, y está perpetrado por Rosamunde Pilcher, conocida especialmente por su novela Los buscadores de conchas, inmediata predecesora de la obra que hoy nos ocupa.

Cuando leí la novela, recuerdo que pensé inmediatamente en la película de Almodóvar La flor de mi secreto, donde un par de señores de una editorial discuten con Marisa Paredes las condiciones de su contrato como escritora de novelas romanticonas: "novelas de amor y lujo en ambientes cosmopolitas, con sexo sugerente y solo sugerido, deportes de invierno, nada de política y ausencia de conciencia social". Este sería un buen resumen de nos cuenta la novela que tenemos entre manos.

Verena Steinton, una pija del pueblecito escocés de Strathcroy quiere organizar una fiesta para celebrar el quince cumpleaños de su hija. Para ello, monta un fiestón que parece la boda de los príncipes de Gales, y de esta forma vamos conociendo a los personajes principales de la trama, que o bien viven en Strathcroy, o terminan yendo allí por sus vínculos con ese lugar. La fiesta, cómo no, se celebra en septiembre, y este evento será la referencia básica de la trama, puesto que casi todos los personajes están condicionados por él. 

Para empezar, tenemos a la familia Balmerino, nobles venidos a menos que trabajan para la pija alquilando su casa a jubilados estadounidenses que desean empaparse de "sabor local" escocés. El padre, Archibal, está triste y deprimido porque perdió una pierna cuando lo destinaron a Irlanda del norte; la madre, Isobel, es una señora tosca y práctica que sabe mucho de flores; la hija, Lucilla, es una hippie artista que está de viaje con un colega australiano y escribe de vez en cuando a sus padres para pedirles dinero. Y por último, Pandora, la hermana de Lord Archibald Balmerino, que se escapó de casa con un señor casado y vive a todo tren en un casoplón de Mallorca, sola, y con dos criados muy majos que hablan inglés, que menos mal oye, porque si no, menuda contrariedad.

En el otro lado del ring tenemos a la segunda familia, los Aird. La abuela, Violet, es una señora escocesa de pro, que cuida su jardín, se relaciona con todo el mundo, organiza mercadillos para la parroquia y bebe whisky cuando necesita relajarse. Su hijo Edmund es un importante hombre de negocios, ya en edad madura, que se casó con Virginia, una jovencita preciosa, rubia, monísima, americana, que no dudó en dejar su vida conociendo a señores que la cortejaban y la hacían vivir a todo lujo para casarse con el viudo que nunca estaba en casa por trabajo. Ambos tienen un niño pequeño llamado Henry. Además de esto, y de su anterior matrimonio, Edmund tiene una hija, Alexa, que es cocinera y vive en Londres llevando su propia empresa de catering. Por si esto fuera poco, Edie, criada de los Aird desde su juventud, es la mujer más fiel del mundo, hasta que le toca cuidar a su prima Lottie, recién salida del psiquiátrico.

En realidad, el libro se basa en la preparación de la dichosa fiesta y la reunión de estos personajes. Acción, no es que haya demasiada. Lucilla y su amigo australiano se van a Mallorca para visitar a Pandora, quien, en un arrebato de nostalgia, decide volver a Escocia después de décadas sin pisar por allí. Isobel y Archie se enfrentan a la melancolía de este último, que hace esculturas basadas en cuadros de niñas con jersey acompañadas por perros para matar el tiempo. Por su parte, Alexa ha conocido a Noel, un joven londinense que se pasaba el día acostándose con modelos y se enamora perdidamente de la chica que le hace la comida todos los días. 

Pero en Septiembre no todo es frivolidad. Virginia y Edmund tienen serios problemas conyugales. Edmund considera que los ocho años es buena edad para llevar a Henry a un colegio interno, el mismo donde él recibió su educación. Virginia, por supuesto, se niega, y dice que es demasiado pronto y que no quiere perder al niño tan pronto. Edmund le recrimina que el niño tiene que espabilar y que lo tiene demasiado pegado a sus faldas. Sí, amigos, se masca la tragedia.

A medida que la fiesta se acerca, descubrimos con estupor y sorpresa que Pandora estuvo enamorada de Edmund y, de hecho, tuvo un affaire con él, estando casado con su anterior esposa. Cuando Edmund la rechazó, Pandora no pudo soportarlo y se largó de Escocia, sin querer saber nada más de nadie y dejando el escándalo de su huida para su familia. Virginia sospecha que su marido y Pandora han tenido algo, y se enfada cuando Edmund le dice que no puede llevar a Henry el primer día de colegio, porque tiene trabajo. Ella, con todo el dolor de su corazón, se lleva al niño en el coche, cabreada como una mona porque eso era tarea de Edmund y se lo había prometido. Para colmo de males, se encuentra a la loca de Lottie dando una vuelta por el parque, y ella le cuenta la historia de pasión volcánica entre Edmund y Pandora. La pobre Virginia ya no puede más. 

En un momento dado, Virginia se reencuentra con un viejo amigo suyo, al que la pija ha invitado a la fiesta porque se lo encontró un día, se enteró de que era viudo y le dio pena y lo invitó, oye, fíjate, qué pasada tronca. Aquí es cuando descubrimos que Virginia debe tener algún tipo de filia con los viudos, porque esa misma noche se enrollan los dos sin tapujos, espiados por Lottie. 

Hay que arreglar la situación. Virginia está decidida a marcharse a Estados Unidos, pero hay que hacer algo con Lottie, para que no cante lo que sabe. Violet, la buena suegra escocesa de pro, tiene la solución. Llama por teléfono al psiquiátrico y la vuelven a internar. Y se toma un whisky. Arreglao.

Por su parte, Noel descubre que cada vez está más enamorado de Alexa, lo cual nos alegra mucho a todos aunque no nos importe una mierda; y Pandora se dedica a no hacer nada, estar de fiesta y hartarse a champán, mientras se congratula con el mundo y los bellos paisajes de Escocia.

Finalmente, llega el fiestón, y las tramas de los personajes -sí, esas que se resumen prácticamente en ninguna- se van cerrando. Noel le pide matrimonio a Alexa, Edmund habla con Virginia y Pandora, y todos resuelven sus diferencias; Henry se escapa del internado y vuelve a su casa, porque no le gusta, así que sus padres le dejan quedarse en casa. Lottie se escapa del psiquiátrico y la vuelven a encerrar, Violet bebe whisky porque está agobiada con lo que pueda pasarles a todos y, al fin, pasa algo.

Resulta que Pandora estaba enferma, y el médico le había dado pocos meses de vida. Como no quería someterse a tratamientos, la buena señora decide suicidarse la misma noche de la fiesta. Cuando la encuentran al día siguiente, resulta que había dejado una profunda huella y un gran poso en todos los que la conocieron. Todo cambia con la llegada del otoño, y cada mochuelo a su olivo.

Aparte de la absoluta carencia de acción -bastante reseñable es que en 355 páginas NO PASE NADA- hay que reconocer que las descripciones de los paisajes escoceses son bastante buenas, eso sí, con un tratado de botánica al lado para enterarte de todos los tipos de flores que salen. Por otra parte, el libro es tremendamente cursi y de lectura aburrida, amén de que las situaciones y conflictos que plantea pretenden ser grandes tragedias y, en la mayor parte de los casos, se quedan en pequeños dramas de andar por casa. Por último, llama la atención el uso pedante y reiterativo de algunas palabras, entre las que destaco "balaustrada". Vale que suena rimbombante, vale que algunos pueden tenerla entre sus favoritas por este y otros motivos; pero la única conclusión que sacamos de la historia es que en Escocia llueve mucho, que hay múltiples tipos de flores, que las señoras beben whisky, y que todas las casas escocesas de bien tienen, al menos, una balaustrada para poder apoyarse en ella con delicadeza y donaire. 

Así que ya lo sabéis, si os parece que con este libro vais a entender la mentalidad escocesa, o la de alguien medio normal que viva en el mundo real, mejor os leéis un cómic de Los Vengadores y os quedáis tan a gusto, creo que el efecto es más o menos el mismo. 

¡Hasta luego!

¿Dónde cohone ehtabah, illa?

Eso debe ser lo que algunos se estarán preguntando en este preciso instante. Y la verdad es que no es fácil de explicar. De todas formas, trataré de hacerlo de forma breve, haciendo una escueta reseña de los momentos más importantes.

1. Trabajé

Los últimos meses de este curso me han dejado literalmente para el arrastre. Además de las notas y las reuniones, hemos preparado un flashmob que lo flipas en colorines, y que quedó monísimo y chulísimo. Eso sí, las horas que le he tenido que echar a todo aquello -y otras cosas que no proceden- me han pasado factura y ahora, en plenas vacaciones, aún me dan ganas de quedarme durmiendo en estado de hibernación durante un buen par de siglos.

2. Estrené una obra de teatro.

Los chavales del grupo de teatro me dieron estrés, quebraderos de cabeza y ganas de cortarme las venas, lo normal en cualquier caso de estreno de un espectáculo, vamos.

Pero, como muy bien nos recuerda Geoffrey Rush, al final todo siempre sale bien. ¿Por qué? No lo sé, es un misterio. En este caso, fueron meses de trabajo a raudales, miles de ensayos, contratiempos y mil cosas más. Pero vamos, que la cosa salió muy bien, y todos terminamos matados pero contentos, que es lo que cuenta.

3. Me mudé.

Pozí, ahora vivo en otro sitio, y no me vengáis con rollos, que todo el mundo sabe que las mudanzas que además entrañan algún tipo de obra -en vías de terminar- son un coñazo. Mis cajas de libros están mirándome ahora mismo y quieren participar como testigos.

4. Me fui a ver The Hoff.

En mayo estuve en un espectáculo maravilloso, que era más que nada para todos los enfermos a los que nos gusta ver a viejas glorias de los 80 y los 90 en directo, además de los lamentables playbacks de David Hasselhoff, y el momentazo en que un vídeo nostálgico ponía a los Dire Straits a tope y nosotros, como perturbados que somos, nos pusimos a dar saltos como mandriles en celo. Para más información, vayan aquí.

5. Vi el festival de Eurovisión.

Una noche de fiesta, con amigos en casa, viendo el festival y comentando las jugadas con mi padre por whatsapp -lo que me hizo comprobar una vez más sus dotes premonitorias-. Total, que al final hicimos todos una porra de los mejores y peores puestos, y la verdad es que acertamos en casi todo. Y los cubatas de ron nos salieron realmente ricos, ¡vive Dios!

6. Comencé a preparar mi boda.

Pues eso, que al final parece que me caso. He encontrado a un ser maravilloso y loco a partes iguales, para convivir con él y casarme. Sobre algunos detalles de la boda ya iré escribiendo, que hay cada cosa por ahí, que merece realmente la pena ser contada.

Y, bueno, así a grosso modo, esto ha sido lo que he hecho en estos meses. ¿Os parece poco? Bueno, no voy a valorar si es poco, mucho, malo, bueno, o quién hace nos o menos, mejor o peor que los demás. Simplemente, así ha sido, y así se lo hemos contado, que decía el meapilas de Buruaga.

Y ahora, si no les importa, pueden dar un golpecito de ratón y ver un par de posts más que tenía que compartir con vosotros. ¡Hasta ahora!