miércoles, 12 de marzo de 2014

¿Pero ehto qué poya eh? Planilandia

He aquí un post que bien podría ser una mezcla entre "Libros perturbadores" y "¿Pero ehto qué poya eh?". Finalmente, me he decantado por la segunda opción, porque la cosa perturba, pero realmente la cara que se te queda cuando descubres todo lo que hay en este libro -y en otras cosas que vienen después- es la de exclamar "What the fuking fuuuuuuuuuck?", o algo así.

Pongámonos en antecedentes. Desde hace algo más de un mes, un amigo muy majo e inteligente -no conecten el modo ironía, que es en serio- me recomendaba fervientemente este librito de 1884. Yo no terminaba de entender su insistencia pero, llevada de la confianza en sus gustos, me decidí a leerlo. De hecho, la cosa no me duró más de unas horas, porque la novela es muy cortita y se lee en un suspiro, así que he tenido el suficiente tiempo para leerlo, y buscar algunos datos sobre él y el perturbado de su autor.


 La cosa está escrita por un señor llamado Edwin Abbott Abbott -esto también es en serio-, que era un docto hombre de bien, que además de ser un cerebro privilegiado par el estudio, se dedicó a ser Hulsean Lecturer (o sea, un cargo teológico de la iglesia anglicana) y a producir tochos y otras sesudeces.

Pero debe ser que un día se le fue la olla, y don Abbott decidió tirar por lo didáctico, y se le ocurrió gestar Planilandia (Flatland), una novelita que narra las aventuras del señor A. Square, un simpático cuadrado -ahora sí, conecten el modo ironía, por favor- que vive en el mundo de Planilandia. ¿Que qué es Planilandia? Pues un mundo plano -OBVIEDAD- en el que sólo existen dos dimensiones, y donde todos sus habitantes son figuras geométricas.

Durante la primera parte del libro, Square nos cuenta cómo funciona la sociedad planilandesa, que es un trasunto de la rígida e hipócrita sociedad victoriana. El rango social que ocupa cada habitante de Planilandia viene definido por el número de ángulos que posee, así como la perfección o anchura de los mismos. Los grados más bajos son los triángulos isósceles y las mujeres, que simplemente son líneas, y no tienen ángulos. A partir de ahí, la escala social asciende hasta los sacerdotes, que tienen tantos ángulos que casi pueden ser círculos, y aunque no lo sean en modo estricto, son llamados así por los demás planilandeses. Estos círculos son los que se encargan de legislar y regir la sociedad a todos los niveles, llevando a su más alta expresión la máxima de que lo único que cuenta es la perfección matemática para triunfar en la vida. (En este momento me ha venido a la mente el axioma de "teología y geometría" de Ignatius Reilly. Fin de la digresión).

Entre las costumbres de los planilandeses se encuentras auténticas joyas del coñazo y el tomar al público por gilipollas, además de un enrevesamiento que no terminas de entender muy bien por qué está ahí, dado lo simplón de la metáfora; es decir, si ya sabemos todos que estás hablando de tu sociedad y tu mundo, porque se ve a la legua, ¿para qué complicarse tanto con el sistema de los habitantes de las dos dimensiones? Pero bueno, Abbott era así, y hay que quererle como es -o no-.

De todas formas, he de reconocer que los capítulos dedicados a las mujeres son de lo más divertido. Al ser líneas, su parte posterior es un aguijón, con el que pueden matar o ensartar a cualquiera, motivo por el cual deben ir por todas partes dando gritos, para que los demás interpreten dónde está su cara y dónde su culo, hablando en plata. Además, Square advierte de que son peligrosas, pues sus cambios de humor las hacen entrar en una especie de locura transitoria que puede provocar la muerte de familias enteras. O sea, el típico "¿Estás con la regla, no?" elevado al máximo exponente - al cuadrado en el caso de los planilandeses-. Así pues, las mujeres están locas, son peligrosas, y además tontas, porque la inteligencia en Planilandia se determina por el grado de los ángulos de cada individuo. Al no tener ninguno, sumen dos y dos... Para más inri, y en lo que es una clara muestra de machismo paternalista de la mentalidad decimonónica, se supone que las mujeres sólo se rigen por las emociones, nada meramente intelectual puede entrar en sus molleritas. Con ellas sólo se puede hablar de sentimientos y demás cosas absurdas que no cuadran con la geometría y la instrucción masculinas.

Bien es cierto que Abbott está retratando la sociedad de su tiempo y, desde luego, doy fe de que, en lo que al bello sexo se refiere, el colega lo clava. Yo me río mucho leyendo estas cosas, porque gracias a Dios ahora dan para reírse. Advierto de que estos capítulos no llegan a los impagables pasajes de Drácula en los que a Mina la tratan directamente como a una gilipollas; pero te ríes igual.

Bueno, pasada la primera parte y su multitud de explicaciones, la segunda nos lleva directamente a la trama. Al parecer, Square se va a dormir un día y tiene un sueño raro, en el que descubre un mundo -OTRO- llamado Línealandia, donde sus habitantes no son capaces de salir de una línea; es decir, que sólo conciben una única dimensión. Tras un intenso diálogo con el rey del lugar, que rivaliza con la profundidad de Super Coco en sus explicaciones de "derecha" e "izquierda" -el diálogo va de esos mismos conceptos, y yo quiero seccionarme la aorta-, Square se despierta y sigue su rutina.

Hasta que un día se topa con lo desconocido, lo que nadie en Planilandia podría pensar jamás. La repanocha del planilandismo, vaya: Una esfera enorme viene a verle a su casa para convertirlo en apóstol de la doctrina de la tercera dimensión.

Y ahora activad todos los modos que queráis porque esto está más allá de toda ayuda, y yo empiezo a probar el sabor del gas del horno de mi casa.

Total, que el pobre Square se va de viaje a lo que él denomina Espaciolandia, donde todo es en tres dimensiones, y pregunta si no existiría la posibilidad de que hubiera una cuarta dimensión, de la que los espaciolandeses aún no se hubieran percatado, tal y como le ocurría al rey de Linealandia y a los planilandeses en sus respectivos mundos. Como al parecer el cuadradito se está pasando de rosca, el maestro-esfera termina por cabrearse y, después de enseñarle el mundo de Puntolandia -YA VAN CUATRO MUNDOS, POR DIOS- lo devuelve a Planilandia. Allí, trata de comenzar su apostolado tridimiensional con su esposa, y se da cuenta de que, por mucho que le haya explicado que las cosas son muy distintas a como él las ve, debe ser que la tesis de que las mujeres son tontas es igual en todas las dimensiones; y decide que no es la mejor opción.


Cada mundito consta de gráficos como estos para entenderlo

Acto seguido, intenta inculcar sus nuevas ideas en su nieto, aunque no es capaz de explicarlas -atención- porque se le está olvidando todo lo que le contaron. En serio, ¿no había otro polígono para hacer de apóstol? Quizá la esfera se lo debería plantear, porque cuatro ángulos no parecen suficientes. Total, que casualmente ha salido un edicto que dice que cualquiera que propague ideas subversivas acabará en la cárcel o el manicomio. Como ya habréis supuesto, Square termina siendo apresado.

Al final, el pobre cuadrado termina en la cárcel, contándole sus cuitas a su hermano, que no se cree una palabra y se mantiene escéptico. Sería el equivalente a un debate de Cuarto Milenio con Enrique de Vicente y José Manuel Nieves, para que nos entendamos. 

En líneas generales el libro resulta un tanto aburrido. Además, la interpretación de los hechos y la metáfora sobre lo obtusos que podemos llegar a ser sin plantearnos si hay nada más allá de la realidad empírica me parece un tanto ingenua, por decirlo suavemente. Quizá el único valor que puedo otorgarle a semejante cosa es el de ser una historia de ciencia-ficción del siglo XIX, que al parecer goza de cierta fama en círculos de gente dedicada a las ciencias. Más allá de eso, creo que el pobre Abbott se comió demasiado el tarro para crear un trasunto de sociedad victoriana, cuando realmente tampoco era necesario. Si bien es cierto que esta obra contrasta con la de los llamados utópicos, que desarrollaban sociedades futuras ideales a partir del socialismo, tampoco veo la capacidad visionaria de un Verne, o un Orwell o un Huxley de unos cuantos años después. Aún así, repito, las partes machistas son enormes.

Lo bueno -o lo malo- de todo es que esta historia no termina aquí, ni mucho menos. Resulta que, indagando un poquito sobre Planilandia me enconrte con que en 2007 algún loco psicótico decidió que la idea era buena para hacer una película. Y no solo eso, sino que la hizo.

Aparte de un par de diferencias, la peli tiene un acierto, que no es otro que el de tomarse a cachondeo varias de las cosas que he ido comentando aquí, acompañando varias escenas con piezas musicales de salsa y mambo. Como está en internet, os dejo el enlace por si aún no habéis hecho suficientes tiradas de cordura, y ya me contáis qué os parece. ¡Que flipéis bien!

martes, 11 de marzo de 2014

Libros perturbadores: Guerra Mundial Z

Anda que no ha costado volver a escribir cosas por aquí. Y yo, mientras la vida pasaba, celebraba el primer aniversario de este pequeño espacio de recreo en medio de escrituras y lecturas. Correcciones, preparación de apuntes, confección de exámenes...

Breve imagen que resume mi estado laboral actual


Pero no hablemos más de mí, y centrémonos un poco en vosotros, amigos que habéis ido descubriendo mis perturbaciones mentales desde hace ya más de un año. De verdad que os lo agradezco, así como vuestros comentarios, que me han hecho sentir que mi pequeño sitio se revitalizaba y no era una flor exótica dentro de este vasto páramo que es Internet. Gracias a todos, besos, abrazos y amor desde mi cubil de escritura y mi vida de peonza.

Y dicho esto, vamos a pasar del momento emotivo, que esto tampoco es la tele y no hace falta buscar excusas para tocaros la patata como si de una peli de Spielberg se tratara. Este blog no seria lo que es si no se hablara de libros de vez en cuando. Hace ya tiempo que hube de interrumpir mi lectura de Guerra Mundial Z para dedicarme a otros menesteres. Ahora que lo he retomado y lo he terminado, puedo hablar tranquilamente sobre él, y poner un poco en antecedentes a los neófitos, que quizá hayan visto la película, pero tienen dudas con respecto al libro. 

En este sentido, debo decir que cometí un pecadillo de esos que tan poco me gustan; es decir, vi la película antes de leerme el libro, cosa que solo he hecho un par de veces y porque no quedaba más remedio. La buena noticia, sin embargo, es que ello no supuso ningún problema.

Guerra Mundial Z está escrito por Max Brooks, hijo del genio Mel Brooks, que, si alguien recuerda el antiguo post sobre musicales, había logrado descojonarme con su impagable Springtime for Hitler -amén de que aún me río sola con chorradas como "El Fampirrrro está entrrrrre nosotrrrros" o "Pónganle un enema, y los que sean menester"-. Esto podría indicar que el libro es más bien humorístico, y quien piense de esta forma no anda del todo descaminado, aunque Guerra Mundial Z es algo más. Es la mezcla grotesca entre el horror, la razón y el cachondeo, dentro de lo que subyace un amargo poso, una reflexión sobre el comportamiento humano en situaciones de crisis y sobre cómo dichas situaciones pueden sacar lo mejor y lo peor de cada uno de nosotros.

Y he aquí la cuestión. El narrador de esta historia ha desarrollado múltiples informes en los que debe explicar cómo se desarrolló la Guerra Zombi en todo el mundo. Una vez terminada su tarea, se siente en la necesidad de exponer los testimonios orales que fueron descartados en el informe oficial. Cada uno de estos testimonios se engloba en diferentes partes, que van dando coherencia a la trama general y repasan, en orden cronológico, los sucesos de la contienda.

Desde los testimonios del médico chino que al parecer descubrió al paciente cero, hasta las estrategias bélicas y psicológicas que se aplicaron para acabar con la plaga, todas las pequeñas historias -algunas cotidianas, surrealistas otras- llevan a una perspectiva general, no exenta de ironía y retranca. Humor con mal aliento y tobillos de acero.

Dentro de estas historias, algunas son un claro ejemplo de superación humana, aunque otras deberían parecernos indignantes, si no fuera por el modo en que el lector las percibe, desde esa malla protectora del sentido del humor. Un tipo sin escrúpulos que se hace rico vendiendo una falsa vacuna, un senador que argumenta que negar la verdad a la población era lo mejor para defender a su país, famosos frívolos encerrados en un búnker con cámaras, al más puro estilo Gran Hermano, un teórico surafricano que da con clave para contener a los muertos vivientes basándose en teorías de segregación racista de la época del Apartheid , y miles de ejemplos más de las diversas miserias humanas, contrapuestas a las gestas de los europeos que se encerraron en castillos medievales, la piloto que hubo de sobrevivir sola tras un accidente en medio de un paraje infestado, los perros adiestrados, el director de cine que levantó la moral humana con sus películas, o la historia de los dos japoneses que, definitivamente, fue la que me robó el corazón.

La estructura del libro es siempre la misma, cosa que en este caso no hace que la lectura se haga pesada y aburrida. Al contrario, rápidamente se coge el tranquillo y esperamos las declaraciones de cada uno de los protagonistas de la historia. Normalmente, Brooks comienza cada entrevista con una breve descripción del lugar en que se desarrolla, introduciendo al personaje que va a tomar la palabra, físicamente, y aclarando su situación tras la guerra. A partir de ese momento, el personaje comienza a relatar su historia, a veces interrumpida por las preguntas del narrador, que resultan muy útiles para dar un contrapunto objetivo a la visión subjetiva dada por cada protagonista, lo cual hace que de vez en cuando, la narración termine con un mazazo de realidad de esos que te espabilan y hacen estar alerta par seguir digiriendo el libro.

Al final, una despedida a modo de recopilatorio de los mejores testimonios, nos deja con el corazón en un puño, con ganas de más, y a la vez, saciados. Todo ha quedado claro, aunque no es fácil de explicar. De hecho, qué guerra se puede resumir en un par de párrafos. Ni siquiera una guerra ficticia.

Y es que quizá ese es el gran valor de la obra de Brooks. A través de un gran conflicto ficticio, nos traslada a cada uno de los pequeños conflictos que conforman la supervivencia humana y, por medio de un supuesto, radiografía las conductas de cada arquetipo de un ciudadano de casi todos los países del mundo, sin caer en el mero tópico, yendo más allá del estereotipo cultural, para llegar a las emociones y sensaciones propias de un ser humano, ni más ni menos.

Es decir, que el libro es una genialidad y lo recomiendo encarecidamente a quienes aún no hayan tenido el placer de echarle el vistazo que se merece. En serio, este libro no es una pérdida de tiempo en absoluto.

Y para aquellos que se estén preguntando por la película, decir que la historia de Brad Pitt y su melenita chachi guay no alteran ni espoilean la trama. De hecho, esa historia bien podría haber formado parte del libro. Puede que algunos puntos sean coincidentes con diversas narraciones del libro, pero en modo alguno suponen un problema.

¿Se ha metido con mi melena?

 Así que, nada de pereza, pillad Guerra Mundial Z en cualquier sitio que tengáis a mano, y a por él. La experiencia merece la pena.