domingo, 1 de diciembre de 2013

Días extraños

Llevo unos cuantos días en los que caigo en la cuenta de que la vida es, básicamente, contradictoria. Sé que esto parece una soberana perogrullada a cualquiera que lo lea; sin embargo, muy pocas veces caemos en la cuenta de realidades como ésta de forma directa y real.

Otra realidad que mucha gente tiene miedo de descubrir es la muerte. Como tal, la muerte es una de las partes clave de la vida. El fin, el colofón, uno de los hechos que ayudan a definir la vida en su totalidad. Hoy también he caído en la cuenta de la existencia de la muerte.

Yo conozco a dos chicos. Me disculparéis si no escribo sus nombres aquí. Ambos son hermanos. El mayor, de dieciocho años, está a punto de ir a la universidad, escribe bastante bien, y se desahoga jugando a mezclar conceptos de forma sorprendente. Además, le encanta la filosofía. La pequeña, de doce, es una de mis alumnas. Buena, simpática, con muchas amigas y siempre de buen humor. Sus ojos son claros y su cara es redonda, con pecas en las mejillas y unos labios gruesos que casi siempre sonríen. 

Su tío es compañero de trabajo, y su madre lleva años padeciendo una terrible enfermedad. A partir de hoy, su sufrimiento ha terminado. Hoy, esos dos chicos buenos y simpáticos se han quedado sin madre. Y en estos momentos sólo quiero decirles, a mi compañero, y por supuesto a ellos, lo mucho que lo siento. Lo mucho que desearía compartir parte del dolor que deben estar viviendo. Y las muchas buenas cosas que su madre podrá seguir haciendo por ellos, aunque ya no esté aquí, y no puedan verla.

Sin embargo, no soy nadie. En realidad, no soy nadie para decirles eso. Para consolarles más que sus seres más queridos. Por supuesto que puedo ayudar y pienso hacerlo, pero en realidad, no soy nadie para trasvasar determinadas líneas que no llegan hasta el fondo de sus corazones. De hecho, eso será sólo labor suya. Pasar el duelo, que se dice.

Espero ser testigo de lo que ahora sea de ellos. Y también de que, sea lo que sea, devenga en algo bueno, positivo y feliz. Pero la cercanía y el deseo de ayudar se unen a una especie de rara impotencia, de saber que no todo está en tu mano, aunque veas a una persona todos los días. No todo está en mi mano, y, en el fondo, desearía que lo estuviera. Por la parte que me toca, desde luego, haré todo lo que pueda.

Todo esto, viene en medio de unas jornadas felices en el terreno laboral. He firmado el contrato de mi libro, se ha presentado una revista en la que aparece un poema mío; y mañana me hacen una sesión de fotos. Dentro de poco nacerá un libro, un libro que llevo años preparando, moviendo, tirando en el fondo de un cajón; y que ahora está en vías de presentarse delante de la gente, de todo aquel que quiera verlo. Un libro nace, y una persona ha muerto. Obviamente, las diferencias son más que claras, y en el fondo me siento un poco culpable por sentirme bien y satisfecha de mí misma en ese aspecto.

Y todo esto venía al hilo de los días. Esos días extraños en que la velocidad de la vida se ralentiza, se interrumpe, y nos obliga a ver hasta los más pequeños detalles de la realidad, vestida siempre tan pobremente, que nos es casi imposible descubrir las pequeñas joyas que, de vez en cuando, adornan sus solapas. 

En el fondo, este texto intenta ser un desahogo, por ese pésame que he querido dar hoy, por ese abrazo que debiera haber sido más largo. Por ese silencio de verdad inmutable que me agrede en mitad de la noche. Por todo eso. Mi más sentido pésame. Lo siento. Rezo por vuestra madre, por tu hermana, y por todos vosotros.

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