domingo, 25 de agosto de 2013

Libros perturbadores: El maestro del Prado

Hace ya algunos años que leo los libros de Javier Sierra. Supongo que esto puede sorprender a más de uno, teniendo en cuenta que, supuestamente, la gente a quien le gusta la buena literatura no aprecia los best-sellers, y los mira por encima del hombro.

Lo que ocurre con todas esas ideologías extrañas, es que a mí me da bastante igual la opinión de la gente en lo que a mis gustos y preferencias se refiere, sobre todo si estos van acompañados de prejuicios y demás tonterías. No me gusta leer cualquier cosa, pero tampoco paso las tardes recitando a Góngora en mis ratos de asueto. De hecho, al margen de la incalculable aportación de la obra del cordobés a la historia de la literatura, nadie me quita de la cabeza que, en líneas generales, sus poemas son un soberano coñazo y un truño infumable, ¡ea!



Como decía, hace ya algunos años que sigo la trayectoria de Javier Sierra, puesto que, al menos en los temas que toca, hay que reconocerle el mérito de ser un hombre informado. Además, sus historias suelen tocar temas que podríamos calificar de sobrenaturales o conspiranóicos, pero siempre desde el punto de vista abierto de que el lector se encuentra ante una ficción, lo cual es francamente encomiable, teniendo en cuenta que Sierra lleva muchos años trabajando como periodista.

Quizá esta faceta periodística sea, a un tiempo, la virtud y el talón de Aquiles del escritor. Muchas de sus extraordinarias anécdotas e investigaciones suelen ser la base de sus novelas, lo cual les da un punto interesante sin entrar en historias simplonas del tipo de Dan Brown; sin embargo, muchos de sus libros adolecen de una cantidad ingente de información, que hace que la trama resulte aburrida y caiga sin remedio, por muy sugestivo que sea el fondo de la historia, o por muchas horas de investigación que se hayan invertido en ella. En este sentido, creo que uno de los mejores ejemplos es El ángel perdido. La cantidad de personajes, con nombre y apellidos, sumado al constante bombardeo de datos página tras página, me dejaron francamente sobrepasada y aburrida como una ostra.


Otro de los problemas que presentan algunas novelas de Sierra es la resolución de la trama. No creo que haya que juzgar el conjunto de una obra tan sólo porque el final no esté a la altura de la misma, pero, no nos engañemos, un mal final puede suponer la ruina de casi cualquier historia decente. Algo parecido ocurre con La Dama Azul, la primera novela del escritor. La historia es más que interesante, los capítulos son breves, el estilo muy ágil, y los personajes resultan curiosos. La estructura en puzzle funciona más que aceptablemente -no así en El ángel perdido- y al final se aporta una serie de documentos que dan cierta verosimilitud a la novela, y mueven a más de un par de reflexiones -probablemente las del propio Sierra- que hacen que el libro se quede en algo más que un simple best-seller cutre. El problema, como ocurrirá en novelas posteriores, está en el final, resuelto muy por los pelos, deprisa y corriendo y con pocos datos. Esto, dentro de un estilo en el que parece que dichos datos sobran por los cuatro costados, resulta chocante. Lo cierto es que, en el caso concreto de La Dama Azul, ese final rápido y poco efectivo daba más pena que otra cosa, puesto que el resto del libro está bastante bien, y dejo claro que me parece muy recomendable, más ahora, en estas fechas de verano, cuando una lectura ligera y amena es lo mejor para endulzar las vacaciones, o la vuelta al trabajo.

Con respecto a El maestro del Prado, reconozco que yo iba con alguna reticencia. No me apetecía encontrarme de nuevo con una trama puzzle, llena de datos sin sentido y un final flojo. En resumen, tenía miedo de que todos los defectos de las novelas de Javier Sierra se hubieran unido en un único libro, y que hubiera pasado de ser un escritor entretenido, a otro completamente aborrecible.


Nada más lejos de la realidad. La novela gira en torno a un hecho autobiográfico del autor. Siendo estudiante de Periodismo, recién llegado a Madrid desde Teruel, decide pasar parte de su tiempo visitando el Museo de El Prado. En una de sus visitas, conoce a un extraño y enigmático personaje, llamado Luis Fovel, que se ofrece a explicarle los misterios de las obras de la pinacoteca. A partir de ese momento, la historia se articula en torno a la evolución personal del protagonista, que comienza a plantearse su visión de la Historia de una forma completamente distinta. En su aprendizaje, estará acompañado por su amiga Marina -la clásica chica que tiene la virtud de salir lo justo para aportar algo a la trama y no desviar la atención del lector-, y un viejo bibliotecario de El Escorial, que a su vez será quien le aclare -o más bien le sumerja más en el misterio- de su aventura.

En conjunto, la novela es muy entretenida, y en ella se aportan datos, como siempre, pero que sirven de mucho la lector curioso. No hace falta ser un entendido en arte para apreciar las curiosas valoraciones y enseñanzas del carismático Fovel, además de que la edición va acompañada de ilustraciones a todo color de cada una de las obras que van apareciendo a lo largo de la historia, lo cual provoca que nos entren ganas de escufriñar las pinturas y comprobar si lo que de ellas se cuenta en el libro es verdad. Lo cierto es que este detalle resulta muy ilustrativo y muy acertado.

Javier Sierra, mostrando las ilustraciones del libro

Además, el autor ha querido dar vida a su historia con un poco de acción, introduciendo a un extraño personaje que persigue a los protagonistas, quizá por alguna antigua rencilla con el propio Fovel, quizá para que no se descubra la verdad de sus enseñanzas, quizá para prevenir a los jóvenes de algún peligro, o puede que para meterlos en más problemas. Una inclusión que dura lo justo y no se hace pesada ni excesivamente fugaz.

En este caso, agradezco enormemente que Javier Sierra haya abandonado la estructura piramidal -o de puzzle a veces- que venía ofreciendo en anteriores novelas. Hay que reconocer que ha tenido la suficiente vista para darse cuenta de que, para contar esta historia, ésa era la forma menos adecuada. La narración es lineal, sencilla, sin exceso descriptivo ni de diálogos. Es una novela cuya mayor virtud es que cabe en todo lo que promete.

¡Y qué mejor  manera que terminar por el final! Esta vez, el autor ha logrado un final que no me deja buscando páginas inexistentes en el dorso del libro. Lo que digo, es una novela de medidas justas. Un traje que a Javier Sierra le ha sentado como un guante, y que tiene tallaje de sobra para cualquier lector.

Esta foto es un frikerío muy gordo, pero no me resisto a dejarla pasar.
Recomiendo su lectura sin duda, y espero que a la gente le guste tanto como a mí. A primera vista, y después de unos cuantos meses de ventas, parece que muchos lectores están de a cuerdo conmigo. Me alegro de que sea por un buen motivo.


Películas de contraste. Mujer contra mujer. (2 de 2)

Recién terminado mi post sobre Si las paredes hablasen, paso ahora a hablar de su segunda parte.

Como dije anteriormente, la segunda entrega de esta mini serie para televisión de HBO es bastante más interesante y entretenida que su predecesora, si bien se estrenó cuatro años después y su temática es completamente distinta.

If these walls could talk 2, traducida en España como Mujer contra mujer, fue, al igual que la primera entrega de esta curiosa saga, bastante premiada. La mayor parte de las nominaciones y premios fueron a parar a su cuidado y acertado casting, aunque Vanessa Redgrave dio la campanada, obteniendo un Emmy y un Globo de Oro por su actuación en esta cinta.

De nuevo, se nos cuentan tres historias en diferentes décadas, los sesenta, los setenta y el año dos mil. Solo que en este caso el hilo conductor de todas ellas es mostrarnos la vida de una pareja de mujeres en cada época, y los problemas que deben afrontar por su condición.

En la primera historia, Edith (Vanessa Redgrave) y Abby (Marian Seldes) son una pareja de lesbianas que lleva la mayor parte de su vida viviendo en una casita, ocultando su condición a todos sus vecinos, que las tratan como dos simpáticas señoras solteronas. Una noche, tras asistir al cine -a ver La calumnia, por cierto- Abby se rompe una cadera y cae desde la escalera del jardín. Rápidamente es trasladada al hospital, donde Edith espera impaciente el resultado de su operación. Allí se encuentra con una mujer que ha ido con su marido, quien acaba de sufrir un infarto y está muy grave. Edith siente envidia por no poder mostrar sus sentimientos de la misma forma, puesto que sólo es "una amiga de la paciente". Al no ser un familiar directo, no puede entrar a verla, y los médicos la ignoran cuando han de comunicar la muerte de Abby, a pesar de que Edith ha pasado toda la noche en el hospital.

Una vez vuelve a casa, no terminan los problemas. Un sobrino de Abby, único familiar al que Edith puede acudir, visita la casa con su esposa y su hija, y decide que, al estar la propiedad a nombre de la difunta, Edith no tiene más remedio que abandonar su hogar y buscarse otro sitio donde vivir. De hecho, ni siquiera puede conservar la mayoría de sus recuerdos, que quedan a cargo de la "única" familia de Abby.

Tras esta triste historia, saltamos a los años setenta. Un grupo de jóvenes lesbianas, universitarias y feministas, vive en una casa de alquiler y participa activamente en las protestas del campus. Todo se complica cuando las tres amigas son expulsadas del grupo feminista que ellas mismas han formado, porque los demás colectivos de izquierdas no admiten las protestas homosexuales entre sus filas.


Para desquitarse, las chicas deciden salir a dar unas vuelta, y van a un bar de ambiente lésbico. A la mayoría, el garito les parece más bien sórdido, puesto que se trata de un lugar en el que algunas mujeres visten y actúan como hombres, y se comportan como en una sala de fiestas de los años cincuenta. Se baila agarrado, se bebe en mesitas, y las señoras toman una copa, conversan o intentan ligar. Desde luego, no es un sitio en el que haya mucha juerga. Sin embargo, Linda (Michelle Williams) parece sentirse a gusto en el local, y conoce a Amy (Chloë Sevigny), una chica que viste de hombre y conduce una flamante motocicleta.

Tras la primera cita, Linda descubre que las chicas heterosexuales no son su único problema. Sus amigas y
compañeras de piso critican a Amy por vestir como un hombre, y aceptar las premisas de los roles sociales. En realidad, Amy no se siente el hombre de la relación ni nada de eso. Simplemente, está cómoda vistiendo de ese modo, y viviendo de una forma más marginal. Las jóvenes activistas, sin embargo, fijan sus miradas en ella de forma prejuiciosa, lo cual nos lleva a la reflexión final. A pesar de que se estén reivindicando una serie de derechos y de que todas las mujeres lesbianas parecen protestar con una sola voz, aún existen prejuicios, incluso entre las propias lesbianas, que las hacen casi tan cerradas de mente como esas chicas del grupo que las critica.

En este caso, la historia termina felizmente, puesto que Linda, la más abierta de todas, decide comenzar una relación con Amy. La escena final de las dos jóvenes besándose, mientras un vecino curioso observa de forma indiscreta, es bastante divertida. Linda y Amy gritan al vecino, entre risas: "Bueno, ya está bien. ¡Es hora de que las lesbianas se vayan a dormir!", y entran en casa felices por no tener que ocultar nada a nadie ni dar explicaciones.

De esta forma, pasamos a la última historia, de nuevo la más floja de las tres -hasta en esto coincide la estructura de las dos películas-. Fran (Sharon Stone) y Kal (Ellen DeGeneres) son una pareja que quiere tener hijos. Después de buscar y seguir buscando por todas partes, encuentran una clínica en la que Fran puede ser inseminada. A pesar de las múltiples pruebas y tratamientos, el tono de comedia de esta última pieza -dato curioso: está dirigida por Anne Heche, que ya nos salió en la anterior película y que, a la postre, era la pareja de Ellen por aquellos años- hace que, tanto la búsqueda de esperma -"I've got sperm!" grita DeGeneres cargando con un enorme bidón-, como su implantación y las conversaciones trascendentales que se marca la pareja sentada en el capó del coche mientras observan a los niños de una guardería, se hagan mucho más llevaderas, además de aportar un nuevo final feliz, cuando Kal y Fran terminan bailando en el cuarto de baño, porque al fin la segunda ha logrado quedarse embarazada.

En fin, que la película termina felizmente, tratando de dejar un mensaje optimista, y resaltando los logros obtenidos por el colectivo gay a través de las décadas. Sin embargo, recalco que esta historia es la más floja de las tres, puesto que, realmente, no cuenta nada especial, salvo la celebración por el cambio de la situación y una ligera reflexión sobre todo lo que aún debe cambiar en la sociedad.

A pesar de todo, la película resulta interesante y emotiva. Las actrices están espléndidas, y los puntos de vista que aparecen son amplios y profundos. En resumen, una cinta perfecta, de sólo una hora y media de duración -como la anterior, debo decir-, que se puede ver no sólo de madrugada, sino a cualquier hora.

Para quien quiera hacerse un maratón con los dos filmes, dejo enlace de esta segunda también. Que lo disfrutéis.



http://www.youtube.com/watch?v=L0Ax8aeXZrA


Películas de contraste: Si las paredes hablasen (1 de 2)

Pues sí, amiguitos, se nos acaba el verano dentro de nada. Vuelve septiembre y, aunque yo ya estoy teniendo mis palizas de trabajo, he de decir que el nuevo mes se presenta cargadito de emociones -boda incluida- y que tengo ya cuatro post a medias, por culpa de unas semanitas de infarto, en las que creo que, por lo menos, el ejercicio me habituará de cara a las semanas que vienen.

Lo bueno, como siempre, ha sido poder disfrutar de cine curioso, de ese que ya todos sabéis que termino viendo a escondidas, con total nocturnidad, cosa que me hace sentir que aún puedo rascar un poco de libertad a los últimos días del verano.

La verdad es que la mayor parte de las noches me he dedicado a ver moñeces absolutas, eso las que veía algo, porque casi todo este tiempo, he intentado avanzar con la tesis en cualquier rato que tuviera libre. Con este apretado margen, he de decir que una noche me topé con un par de historias la mar de interesantes.

Andaba yo buscando vídeos y cortometrajes para jóvenes, cuando de pronto, algunas respuestas del buscador me dirigían a  páginas web relacionadas con la homosexualidad. Una de ellas, dedicada al mundo lésbico, ofrecía bastantes filmes en línea que trataban el tema desde diversos puntos de vista.

Más de una vez he leído o visto alguna reseña sobre cine homosexual, pero desde luego, casi nada de cine lésbico, lo cual es una pena, porque dentro de esta tendencia se encuentran auténticas joyas cinematográficas -como La calumnia, protagonizada por Audrey Hepburn y Shirley MacLaine, sin ir más lejos-. Bien es cierto, no obstante, que existe algún que otro libro que habla de cine gay, refiriéndose a todas las tendencias, como El armario secreto de Hitchcock, de Boris Izaguirre, el cual resulta demasiado específico, aunque entretenido. De entre las relaciones lésbicas tratadas, destaca la de Rebeca, película donde el ama de llaves vive obsesionada con el recuerdo de su señora, y se encarga de mantener viva su memoria, convirtiendo el ala oeste de la casa en un auténtico mausoleo, que cuida de forma abiertamente fetichista. Aparte de lo anterior, reconozco que no he leído ni visto mucho más sobre el tema, aunque como todo, es cuestión de ponerse a investigar.

De hecho, uno de los mejores puntos de partida podría ser esta página web de cine sobre lesbianas, donde se recomiendan también cortometrajes más o menos interesantes. Pues bien, una de las varias películas que en aquel blog se ofrecían era If these walls could talk 2, que en España se tradujo como Mujer contra mujer.

Aparte de pensar en el triste alcance del daño perpetrado por las letras de Mecano, no pude evitar fijarme en lo evidente, aquella película se trataba de una segunda parte, y me llamó la atención que, si bien ésta era citada y enlazada en el blog, nada se decía con respecto a la primera. Un par de minutos tecleando me dieron la respuesta.

La cosa va como sigue. Si las paredes hablasen es la traducción literal de la primera entrega, una TV movie de la HBO. Filmada en 1996, la cinta obtuvo diversas candidaturas a los Emmy y a los Globos de Oro, amén de otros premios internacionales. 


La cinta narra tres historias que giran en torno a un tema central, en este caso, se trata del aborto. Cada una de las historias se desarrolla en una década distinta del siglo XX, los cincuenta, los setenta y los noventa, dando a cada caso concreto un escenario político y social completamente distinto, además de estar protagonizadas -cuando no dirigidas o producidas- por actrices de renombre en aquel momento, como Demi Moore, Sissy Spacek, o Anne Heche o Cher. 

En la primera historia , Demi Moore interpreta a una enfermera que, habiendo enviudado recientemente, vive en una ciudad pequeña, apoyada por la familia de su esposo, un militar de excelente reputación. Una noche, en plena crisis de llanto, mantiene relaciones con su joven cuñado, dando como resultado un embarazo. Ante tal tesitura, la mujer decide abortar, puesto que sería una madre soltera y haría que tanto ella como su familia política perdieran su buen nombre dentro de la comunidad.

En los años cincuenta, el aborto estaba prohibido en Estados Unidos, y la joven Moore tiene serios problemas para lograr su objetivo. Finalmente, rechazada por las pocas personas de confianza que la 
rodean, y con serios problemas económicos para costearse un aborto clandestino en un lugar en buenas condiciones, termina recurriendo a un siniestro médico, que le practica el aborto en la cocina de su casa por poco dinero.

El final de la historia es bastante trágico, puesto que la mujer comienza a sangrar abundantemente y, presumiblemente, muere tratando de llamar al hospital.



En la segunda historia, Sissy Spacek interpreta a una madre de familia numerosa, ama de casa, que está sacándose estudios superiores en la universidad. Ante la noticia del nuevo embarazo, se plantean serias dificultades económicas, puesto que un bebé supone que el padre no se pueda retirar, que la hija mayor tal vez no pueda estudiar en la universidad que quiere, y que la propia Spacek tenga que abandonar sus estudios. Ante toda esta amalgama de problemas, la protagonista se plantea la posibilidad de abortar. Dentro de quienes la apoyan en este sentido, su hija mayor, una joven hippie y feminista, la pone al corriente de las opciones existentes, y la anima a que lo haga, eso sí, con un cierto puntito egoísta, puesto que no quiere perder bajo ningún concepto su oportunidad de ir a una buena universidad.


La escena final, bastante ilustrativa, nos deja con la sufrida madre de familia abrazando a su hija mayor, que llora desconsolada mientras ella le confiesa que no va a abortar; y la consuela diciendo que ya encontrarán una salida a sus problemas y que todo se arreglará.

En este punto, debo decir que no me gustan nada las películas tendenciosas. Nunca me ha parecido bien que el público sea tomado por estúpido, o que una película o un libro me digan cómo tengo que pensar. En este caso, siempre pongo el ejemplo de Million Dollar Baby, donde se os expone un caso de eutanasia desde un punto de vista completamente aséptico, para que cada cual saque sus propias conclusiones. Incluso Juno destaca por la magistral forma de presentar este mismo tema del aborto desde un punto vista más bien humorístico, que le da a la historia un toque curioso, poco convencional. En este aspecto, If these walls could talk resulta bastante tendenciosa, aunque bien elaborada y con unas historias inetresantes. Cuando realmente me quedé perpleja fue cuando llegó el episodio de los noventa, producido por Cher, que además aparece en la cinta.

Anne Heche es una brillante estudiante de arquitectura que se queda embarazada después de mantener relaciones con uno de sus profesores. Ante la posibilidad de abortar, su mejor amiga trata de convencerla para que no lo haga; pero ella tiene dudas y decide ir a informarse a una clínica abortiva. 

Cuando llega, se encuentra con un grupo de mujeres rezando en la puerta, que de nuevo intentan convencerla para que no aborte. De todas formas, la chica entra en la clínica y se informa de todo. A pesar de las presiones que siente por uno y otro lado, finalmente pide ayuda a su amiga y ésta termina acompañándola a abortar.



Hasta aquí, todo correcto. El mismo día en que las dos jóvenes van a la clínica se ha convocado una manifestación anti abortista delante de la clínica -cuya directora, por cierto, es Cher con una terrible melena pelirroja de tinte- , y la fachada del edificio es tomada por una multitud que grita sus consignas y canta sin cesar. Esta y otras situaciones anteriores producen un intenso debate entre los diferentes personajes, que aportan su punto de vista sobre el asunto. Como he dicho antes, esto me parece bien. Cada uno va diciendo su opinión y el espectador saca sus propias conclusiones. Repito, hasta aquí todo correcto.

Hasta que llega el final, que es uno de los más sucios que he visto en mi vida. Anteriormente, tanto los personajes a favor y en contra del aborto han ido mostrando su mejor y su peor cara, mientras Anne Heche aborta en la clínica, con la ayuda de Cher. Si todo hubiera terminado de forma diferente, la película será salvable e incluso destacable; pero debe ser que la cantante no estaba por la labor. Justo cuando la Heche respira aliviada por haber terminado la operación, un joven que se había colado anteriormente en la clínica haciéndose pasar por el novio de una chica embarazada, entra en la habitación y se lía a tiros con la doctora Cher y su melena. En medio del charco de sangre, la muchacha Heche llora desconsolada y asustada, abrazando el cuerpo inerte de Cher, asesinada por un joven activista pro vida.

El pelo es horrible, pero no hacía falta matarla por eso


Como digo, el final es sumamente tendencioso y demasiado cogido por los pelos, dejando un mal sabor de boca que, además, hace que todo el debate suscitado con anterioridad, incluso en las dos historias precedentes, quede completamente eclipsado y resulte absurdo y sin sentido para los espectadores. En resumen, una película de tema controvertido y de brillante ejecución en muchos momentos, que se ve abocada al pasmo y el cutrerío cuando llegas al final. Una pena.

A todo esto, entendí perfectamente por qué no había aparecido enlazada en aquel blog sobre lesbianismo del que hablé al comienzo de este post. Ciertamente, ambas películas son idénticas en su estructura, aunque el tema a tratar sea distinto en cada una de ellas. Y como este post ya se está alargando demasiado, dejo el comentario de If these walls could talk 2 para el próximo. Sólo adelanto que, como excepción que confirma la regla, la segunda parte es mucho mejor. 

Dejo el enlace de la primera película completa en español. Que la disfrutéis.



viernes, 2 de agosto de 2013

Alter egos

Todos hemos deseado alguna vez ser otra persona. Tanto es así que, de pequeños, buscamos nuestra propia personalidad reproduciendo lo que vivimos en nuestro entorno para normalizarlo y hacer que forme parte de nuestra vida. Jugar a papás y mamás, a policías y ladrones o a las tiendas nos hacía crear una vida idealizada, que, por unas horas, era la nuestra. De hecho, se dice que ese deseo es el mueve a mucha gente a estudiar interpretación, así como otros muchos encuentran gran placer en jugar una buena partida de rol.

Quien más quien menos, todos hemos tenido uno o varios alter egos, figuras a las que admirábamos y deseábamos imitar. Muchas veces se trataba de eso, otras, de una mera cuestión de empatía, o de la mezcla de ambas.

En mi caso concreto, la mayor parte de mis alter egos procedían de la literatura. La admiración por los personajes cinematográficos vino después, y se basaba, en parte, en el Hollywood clásico. El caso es que hoy paso a enumerar algunos de los personajes que quise emular durante los primeros años de mi vida.

Josephine March: Una de las cuatro Mujercitas de Louisa May Alcott. Jo era valiente, y un chicazo cuando era pequeña. Formando un club "secreto" con sus hermanas, representaban las obras de teatro que ella misma escribía. Su gran ambición era ser una escritora de renombre con sus relatos de misterio y amores
apasionados. Pasados los años, renunció al amor fácil de su amigo Laury, a sabiendas de que sería una relación fallida, y se marchó a Nueva York a ganarse la vida. Allí conoció al profesor Bahuer, un hombre sencillo y sensible que adora a los niños. Gracias a él, descubrió la belleza de la ópera, y que para escribir "debe inspirarse en la profundidades de su alma". La vuelta al hogar, con sus hermanas casadas y con hijos, le reportó una pesada melancolía. El final de la historia, con Bahuer dejándole su primera novela, le trae la vida que siempre deseó:

-Pero, yo no tengo nada que ofrecer, mis manos están vacías.

Jo toma la mano del profesor, ambos se resguardan de la lluvia bajo un gran paraguas.

-Ahora ya no están vacías.

¿Quién no siente nada con este final? Jo consiguió heredar la mansión de la vieja tía March y convertirla en una escuela. Con el hombre de su vida, vivirá una existencia pobre, sencilla, dedicada a las letras y a la enseñanza. Puede sonar muy tradicional, pero yo quería ser ese chicazo que subía a los árboles y encontraba el amor verdadero basándose en las cosas sencillas y profundas de la vida.

En este apartado, debo decir que las adaptaciones cinematográficas de Mujercitas me dejaron, en general, bastante mal regustor. En la primera, que en España se llamó Las cuatro hermanitas (1933), Jo era interpretada por Katherine Hepburn, y no me gustó nada. La Hepburn tiene papeles bastante mejores, y su pinta siempre ha sido de demasiado mayor, aun siendo joven. Lo cierto es que tampoco me gustaba eso de "¡Por Cristóbal Colón!" que se pasaba diciendo toda la película. Vale que Mujercitas es moñas, ¡pero no tanto, por favor!


La siguiente adaptación, de 1949, me parece la mejor representación del personaje de Jo, o al menos la que más me gusta. June Allyson está muy bien, y, aunque sigue diciendo cosas como "¡Madre de mi alma!", resulta mucho menos remilgada y elegante, en su carita redonda poseía la firmeza y la dulzura propias del personaje -si no me creen, véanla en Los tres mosqueteros junto a Gene Kelly, interpretando a Constanza- así como ese aire risueño y pizpireto que la hacía tan especial.


Entremedias, recuerdo que, por aquellos años, se emitió una serie de anime japonés que narraba las aventuras de las mujercitas. Al ser una serie de bastantes capítulos, el personaje de Jo podía desarrollarse con mucho más detalle, y reconozco que me encantaba la larguísima coleta que llevaba.


De la versión de 1994 sólo diré dos cosas. En cuanto a la novela, es la que más me gusta. No soporto a la Winona.


Fin.

Anna von Schloterstein:  Quizá este personaje no os suene demasiado a priori. Si digo que es la hermana de Rüdiger von Schloterstein, quizá os suene aún menos. Se trata de uno de los mejores personajes de la saga literaria infantil El pequeño vampiro, de Angela Sommer-Bondemburg.

Anna era una niña-vampiro de pelo rojo. Al ser la benjamina de la familia, fue la última en convertirse, y no podía beber sangre, motivo por el cual bebía leche rancia y batidos de cacao mohosos. Al no ser un vampiro completo, conservaba parte de su humanidad, por lo que no era tan egoísta como el resto de su familia. En realidad, es la novia de Anton, el protagonista de la historia. Lo malo es que a veces era demasiado cursi, le encantaban los vestidos bonitos y los perfumes. Aunque era muy lista y decidida -su hermano la apodaba "dientes de leche", pero todos la conocían como Anna La Valiente- solía demostrar una clara tendencia al drama, mezclando actitudes infantiles con un deseo irrefrenable de ser más mayor de lo que su edad eterna le permitirá .

En las antiguas ilustraciones de Alfaguara, Anna aparecía como una chica pelirroja de ojos grandes, mirada
inteligente y sonrisa pícara. Además, recuerdo que llevaba un enorme tupé casi encima de la frente, y las capas de vampiro, que me encantaban, eran únicamente unos ponchos negros raídos. La verdad es que volar por los aires, viviendo en una cripta, con una vida partida en dos mitades -medio vampiro, medio niña- hacían de Anna un personaje interesante, que trataba de ayudar a Anton y Rüdiger, aunque a veces lo que hacía era crear tramas paralelas que hacían que los chicos se metieran en aún más líos de los necesarios para cualquier chaval de nueve años, sea o no un vampiro.

Sólo conozco una adaptación cinematográfica de las novelas del pequeño vampiro. La verdad, es una castaña pilonga de mucho cuidado. El personaje de Anna está interpretado por Anna Popplewell -la Susan de Las Crónicas de Narnia- y se queda en un secundario soso que en nada se parece a Anna, la valiente pelirroja del tupé extravagante.






Elena: Jim es una de las mejores novelas infantiles de Manuel L. Alonso, publicada por la editorial Anaya, en la colección El duende verde. Elena es una niña que acaba de mudarse con sus padres a otra zona de la ciudad, teniendo que empezar su vida desde cero. Su mayor afición es leer libros de barcos y piratas, y buscar tebeorías para comprar cómics de aventuras. El único amigo que encuentra en su nuevo barrio será su primer amor, Jesús, al que ve todos los días dibujando solo, en la entrada de su portal. Al principio, mientras le espía por la ventana y no sabe cómo se llama, decide llamarle Jim, en honor al protagonista de la Isla del Tesoro.

Jesús "Jim" es un chico introvertido con una gran imaginación, que lleva a Elena a maravillosas expediciones
por el polo norte, o a buscar barcos ingleses que abordar en el Caribe. El problema de Jim es la mala fama que tiene en el barrio, puesto que su padre está en la cárcel. Esto lleva a un vecino desaprensivo a cometer un robo y fingir que Jim es el culpable.

Ante tal situación, Elena no se desanima en absoluto, sino que decide realizar un acto de valor para demostrar la inocencia de Jesús. Subida a un altísimo tejado, convoca a las autoridades para declarar la verdad que ha descubierto, y casi pierde la vida por ello.

Elena, de nuevo, era una chica valiente y decidida, a la que le entusiasmaba leer -he de decir que lo de las novelas de barcos y piratas nunca se me pegó, porque no me gustan nada- y que era capaz de imaginar miles de aventuras sólo con pasear por una calle o un parque. Recuerdo que alguna vez llegué a escenificar el juramento de hermanos de armas que Elena y Jim realizan en el libro. Elena era una auténtica heroína, y como decía Alonso en el prólogo, ojalá la hubiese conocido.

Miércoles Addams: El hecho de que me gustaran los relatos de terror, y el de sentirme normalmente incomprendida y retraída con respecto al resto de los niños de mi edad, me hicieron cambiar hacia otros alter egos que reflejaran mejor esas nuevas ideas que bullían en mi cabeza. Uno de los mejores personajes, que influyó bastante en mi personalidad de aquellos años, fue Miércoles Addams. La hija de la estrambótica y siniestra familia vestía como una colegiala, se pasaba el día seria, sin sonreír, y lo mejor de todo, respondía como una auténtica borde, era una troll en toda regla. 


Si bien en la primera película no brilla tanto -a excepción de la escena de la limonada- la segunda, convirtiéndose en el azote de los pijos del campamento de verano, devastándolo todo y torturando a toda la caterva de niñas rubias y monitores estúpidos, la hicieron ser mi preferencia número uno dentro de los personajes de ficción de mis años cercanos a la adolescencia. ¡Hasta me aprendí aquella absurda canción que le dedicaron los Bom Bom Chip! Miércoles sabía tratar a la gente, eso seguro.

http://www.youtube.com/watch?v=PEPbGimPkDo

Lydia Deetz: Dentro de toda evolución, siempre hay diferentes pasos a los que llegar para alcanzar diversos estadios. En los primeros años de mi adolescencia, mi modelo, tanto estético como de comportamiento, era Lydia Deetz, la protagonista de Bitelchús. El problema, cómo no, era que, de nuevo, la estupenda Lydia era interpretada por la pesada cansina de Winona Ryder, pero en aquel momento no me importaba.

De Lydia, me fascinaban sus pamelas y sus tules, sus velos, sus mitones y sus redecillas. Aquella estética molaba de verdad, no como los polos y los vaqueros ceñidos. Otra cosa que terminé de interiorizar después del ejemplo de Miércoles, fue que yo ganaba mucho más siendo pálida, motivo por el cual no me gustaba tomar el sol, y no quería ponerme morena. La palidez era básica para llevar a la práctica el siniestrismo ilustrado y la actitud antisocial, o al menos eso era lo que pensaba. 


En la serie de dibujos, ya sin Winona de por medio, Lydia terminó por gustarme aún más. Como Anna, llevaba un poncho -rojo, eso sí- y unas mallas ceñidas con mitones negros. En la cabeza únicamente tenía una graciosa coletita. Podía ir vestida como quisiera, y tenía a sus amigas, que no la juzgaban y se lo pasaban fenomenal con ella. Aparte, tenía un secreto, y es que cada vez que llamaba a Bitelchús, se introducía en el mundo de los muertos y terminaba corriendo delirantes aventuras de ultratumba. 



Hace un par de días, una amiga me dijo que le gustaría casarse, y que su boda fuera una fiesta de disfraces de cine. Desde luego, yo tenía dónde elegir, pero el primer nombre que me salió sin pensar fue precisamente ese: "Yo iría vestida como Lydia, la de Bitelchús". Al parecer, hay cosas que nunca se olvidan, y que, por el motivo que sea, nos marcan para siempre.