jueves, 6 de junio de 2013

¿Pero ehto qué poya éh?: El Republicano.

Más aún que lo mucho que pueda perturbar un libro, está el desquiciante nivel que algunas películas ignominiosas llegan a alcanzar. Después de alimentar mi espíritu con lecturas edificantes y de buen gusto en general, siempre suelo necesitar una bálbula de escape que me ayude a perder la respiración mientras lloro de risa. Como aquel día descubrí que llevaba mucho tiempo sin ver buen/mal cine de verdad, decidí que aquella era una ocasión especial. Y nada más especial que la soberana basura que encontré de purita casualidad.

Había descartado previamente otras películas con pinta bastante atrayente a mis necesidades, por ejemplo, una de ¿miedo? protagonizada por Kevin Costner (de Jezú), en la que interpretaba a un desesperado padre que ve cómo una extraña presencia quiere atemorizar, o matar, o lo que sea, a su hija. Tengo la impresión de que va a ser una especie de Dragonfly de vigésima generación; pero ahora no me importa haberla dejado para otro día. El Republicano fue mi elección, y creo que estuvo a la altura de las circunstancias.

Vamos a ir por partes, para no perdernos nada de lo esencial. El film está dirigido nada más y nada menos que por David Arquette, y producido por Courtney Cox, su pareja. Por si alguien no los conociere, conste que hablo de la periodista y el poli atontolinado de Scream.

Puedes llamarme "Mónica la de Friends"


Debe ser que, tras cuatro entregas de la saga que reflotó el Slasher en plenos años noventa, al bueno de David le entraron ganas de hacer más, por lo que comenzó a escribir su pútrido guión junto a Joe Harris, autor de algunos cómics de X-Men y demás, y guionista y realizador de otras películas de miedo como Tooth Fairy o Wichtwise.

Como ya sabemos, el mundo del Slasher había sido suficientemente sobreexplotado en los ochenta, con una serie de fórmulas fijas instauradas desde las primeras cintas de los años setenta, como Halloween o La matanza de Texas. El caso es que el género había dado ya multitud de muestras de decadencia, que se pueden observar en absolutas bazofias como las últimas entregas de Pesadilla en Elm Street, Payasos asesinos del espacio exterior, o las sucesivas entregas de la cutre-saga Leprechaun. Al parecer, la cosa no daba para mucho más.

Pero llegaron los noventa, y Wes Craven decidió recuperar el género con la serie Scream (Vigila quién llama). Una cinta que rompía parte de las convenciones impuestas años atrás, donde la "tía famosa" muere al poco de comenzar la historia, y los protagonistas se van salvando gracias a sus conocimientos de Slasher, aprendidos con el paso de las décadas -y de las soberanas castañas, valga decirlo-.

En este contexto, el género de los asesinos en serie vivió una revitalización, surgiendo películas que, como antaño, seguían la estela de los films más conocidos. De este modo, Sé lo que hicisteis el último verano, Un San Valentín de muerte o Leyenda urbana comenzaron a atraer de nuevo al curioso y siempre dispuesto público adolescente. Incluso EJpaña se vio tentada por la nueva ola, pariendo abortos de la naturaleza tan repugnantes como School Killer o Tuno negro.

Así las cosas, en pleno año 2006, David Arquette saca a la luz una película en la que, de nuevo, un grupo de jóvenes va cayendo como moscas ante el ataque de un asesino psicópata. Pero qué asesino, señores y señoras... ¡Qué asesino!

Ante tal oferta de historias clónicas sucediéndose durante años, no cabe duda de que la mollera de los guionistas para inventar una figura de villano única, reconocible y perdurable ha debido estallar en más de una ocasión. Icónicas resultan ya las pintas de Freddy con su jersey, su sombrero y sus cuchillas, las máscaras de Jason y Michael Myers, o el disfraz de fantasma del asesino de Scream, sólo por poner los ejemplos más conocidos. ¿Cómo crear un asesino psicópata original, atrevido, que cumpla con la normas clásicas del estereotipo y a la vez destaque entre tanto icono? La respuesta de David y Joe fue, sin duda, sorprendente, pero para mal; o por mejor decir, para bien/mal, que es justo lo que a mí me gusta.

El argumento es como sigue: un pequeño niño que vive en una zona boscosa de EEUU tiene a su madre muy enferma y a su padre, un honrado talador de árboles, que debe trabajar para comprar las medicinas de su sufriente esposa. El nene, además, se pasa las horas muertas viendo la televisión, donde al parecer sólo ponen discursos y propaganda de Ronald Reagan, en aquel momento presidente de la nación.

Resulta que hay un grupo de hippies que se reúnen en el bosque cercano a la casa del tierno chiquitín, porque van a manifestarse en contra de la tala de unas secuoyas ancestrales que hay allí. Los taladores se enfrentan a los hippies, la tensión crece, y se masca la tragedia. Cuando la policía detiene al pobre talador de árboles, su hijo, lleno de ira siguiendo el ejemplo del padre de la patria Reagan, agarra una motosierra y desangra al hippie violento sobre el musgo. La semilla del psico-killer estaba plantada.

Traumaaaaaaaaaa


Flashforward. Una pizca de años después, un grupo de hippies se dispone a asistir a un festival en pleno bosque, con música, alcohol y drogas a tutiplén. Todos ellos son, como cabía esperar, una sucesión de estereotipos, pero la protagonista... ¡pues también! Porque la chiquilla tiene un conflicto interior, ya que se debate entre su deseo de ser hippie y la animadversión a las drogas, motivada por un "mal viaje" en medio del cual apareció su novio a regañarla por drogarse e intentar llevársela a casa. Se nota que el novio es muy tradicional, y no hippie como ella, porque lleva siempre el mismo traje negro y la camisa desabrochada sin corbata.

Una vez llegados al bosque, comienzan los asesinatos de personajes que no importan un carajo, pero que simplemente pasaban por allí, como el chico nudista que se pone a comulgar con la Madre Naturaleza persiguiendo a un conejito. El asesino, desde luego, es listo. Ponerle a un hippie desnudo un conejito de señuelo para que lo persiga y caiga en una red es uno de los planes más maquiavélicos que he visto en mi vida...

En este preciso momento entra en acción el mejor personaje de la historia: EL SHERIFF. Que es nada más y nada menos que...

Servidor


¡Efectivamente! ¡The Punisher! El representante de la ley al que nadie hace caso, pero que intenta frenar el festival del Amor Libre para evitar los asesinatos. Lo malo es que el organizador capitalista -en serio, habla de ello en muchas ocasiones- y el acalde-que-hace-oídos-sordos-a-todo-porque-sólo-quiere-pasta modelo Tiburón pasan de él también, y opta por llevar la investigación del caso con su fiel amigo, el ayudante regordete.

La cosa se va poniendo fea y aún no hemos visto ni hemos oído hablar al perverso asesino. En un momento dado, descubrimos en qué se ha convertido el niñito de la motosierra. Ese niño.. ese tierno infante que sólo quería defender a su padre y salvar a su madre ahora es... Ronald Reagan.

No. No es coña. Veamos la carátula del film


Pues ahí lo tenéis. Un tío que se viste y maquilla como Reagan -que mira que son incómodos los zapatos para andar por el bosque- y que va con su hacha en la mano matando hippies, mientras habla con una Nancy Reagan imaginaria, diciendo chorradas sin sentido como "mamá está triste y quiere que vuelvas a casa" o "llega el momento de una nueva reelección". El colmo de la genialidad. Y de los motivos para arrancarse los ojos con los tacones mientras te cortas las venas con un cartabón de treinta centímetros.

De entre todo este nido de hilarante podredumbre, destaco la escena de la fiesta final. La chica intenta avisar a unos hippies que están de batukada en el bosque, con sus hogueras y tal; pero ellos le meten droga con una pistola de dardos -¡hippies sofisticados!- y llega nuestro querido Reagan a cargárselos a hachazos a todos. La muerte del ex novio trajeado, al grito de "¡Pero si yo soy republicano!", es de lo más glorioso; así como los hippies corriendo delante de la jauría de perros rabiosos de Reagan -tiene una de ésas en su casa para cuando se le acumula el trabajo-, sobre todo porque, cuando la policía los mata a tiros, una joven activista se alza para gritar: "¡No los matéis! ¡Tienen dignidad! ¡Ellos también son hijos de Dios!" y de inmediato un perrazo se la come a bocaos. 

¡Pero si soy republicano!

Por otro lado, cabe destacar que todas las escenas violentas están muy bien conseguidas, y se nota que Arquette conoce el género y el modo de rodarlas. Incluso se permite el lujo de hacer un cameo, interpretando a un "paleto" con aires de matón frustrado de instituto, que persigue a los hippies protagonistas para pegarse con ellos. Huelga decir que, por supuesto, muere también. ¡Nadie le quita sus hippies a Reagan, hombre ya!

El final... bueno, lo podéis suponer, puesto que, a pesar de las bromas autorreferenciales al género, la película sigue bastante bien los cánones clásicos. Sólo os digo que es de lo más malo que he visto en mi vida, que los títulos de crédito son dolorosos, y que eso de mezclar cine Slasher con toques de cachondeo con las diversas mentalidades políticas estadounidenses dan la mezcla más explosiva -porque sientes que el cerebro te va a explotar, no por otra cosa- que he visto en mi vida. Como premio por haber llegado hasta aquí, dejo tráiler de la bazofia en cuestión. ¡A disfrutar!


Libros perturbadores: Los libertadores

Como persona que intenta avanzar en medio de una tesis doctoral, sé perfectamente que, en muchas ocasiones, el investigador se lanza a la piscina de cualquier tema, por desconocido o extraño que pueda parecer, sin tener ni idea de hacia dónde va a llevarle cada uno de los múltiples hilos de Ariadna que pueblan nuestra propia vida. Algunos de esos hilos te traen luz y te sacan del laberinto; otros, sin embargo, te hunden mucho más en las profundidades de sus altos e inexpugnables setos. Y otros, del género burlón, sólo sirven para tenerte entretenida y poder volver, cagándote en todo, al mismo punto en el que los cogiste.

Sin embargo, existen momentos en los que no eres tú quien necesariamente tiene que ahondar en un tema de forma más o menos infructuosa, sino que son los propios temas los que te buscan y, las más de las veces, te acaban encontrando completamente desprevenida.

Algo parecido fue lo que me aconteció hará unos meses, cuando buscaba un buen libro de lectura para mis alumnos. Suena un tanto absurdo; pero es más complicado de lo que parece. En un momento en que parecía que me iba a quedar un par de años sentada, contando una por una las flores que se abrían en los agrios setos del laberinto, mi jefe de departamento me tiró una madeja de hilo en forma de una novela posapocalíptica totalmente desconocida.

Se trata de una novela de Gerardo López Laguna, escritor que ya había publicado anteriormente otros libros ensayísticos sobre diversos temas, la mayoría relacionados con la religión y la sociedad actual. Los libertadores, por tanto, es su primera -y que yo sepa, única- incursión en la ficción literaria.

La obra, como ya he comentado, nos sitúa en un futuro posapocalíptico, en el cual se han producido grandes migraciones que han ocasionado una inusual mezcolanza de credos y razas. Por poner un ejemplo, las diferentes tribus americanas, cansadas de las innumerables guerras civiles que asolan su continente, deciden peregrinar hacia Europa, asentándose muchas de ellas en la península ibérica. Por lo demás, la humanidad sobrevive al más puro estilo medieval, estableciéndose en aldeas, caseríos o pequeños asentamientos. Sólo en el norte de Europa parece que se conservan vestigios de la civilización anterior, puesto que existe la electricidad, poseen vehículos a motor, y se rumorea que los habitantes de la zona pueden comunicarse a larga distancia.

En este contexto, una de las lacras que más afectan a la sociedad es el esclavismo. Cientos de personas son "cazadas" en todo el mundo, para posteriormente ser vendidas y confinadas en minas o burdeles, creando un ambiente hostil y temible, que hace que muchas aldeas den a varios de sus vecinos como tributo a los cazadores de esclavos, con tal de que sus poblaciones no sean arrasadas.

Así las cosas, centrémonos ya en la trama principal. El padre Ángelo es un sacerdote católico que recibe de su obispo la misión de fundar un pequeño asentamiento para albergar a niños abandonados. Con el paso de los años, chicos y chicas de diversas edades conviven en armonía, dedicándose a la caza, la pesca o la agricultura, mientras el padre Ángelo se encarga de su formación en todos los sentidos.

Un buen día, dos de los muchachos, Iván y Bo, se encuentran pescando en el río, y son atacados por una partida de mercenarios cazadores de esclavos. Los mercaderes consiguen llevarse a Bo, e Iván escapa a la carrera, para dar la alarma a sus hermanos sobre lo sucedido. A partir de ese momento, la gran familia se dividirá en dos, siendo los niños más pequeños enviados al monasterio de Lourdes, y el padre Ángelo y los muchachos más mayores, los encargados de liberar a Bo y a todos sus compañeros de encierro.

En este punto, sin embargo, debo decir que parte de la trama resulta un tanto decepcionante. En un principio, pensé que el autor nos mostraría el viaje por separado de los dos grupos, lo cual no sucede en ningún momento, dejándonos únicamente con la expedición de " los libertadores". Otro tanto sucede con la escena en que la banda de mercenarios ataca una aldea musulmana cercana a Burdeos, de donde escapan varias barcas con rumbo desconocido. En contra de las expectativas del lector, nada se narra sobre este particular. 

Así pues, sólo podemos centrarnos en las vicisitudes del padre Ángelo y sus jóvenes pupilos, que, rápidamente -quizá demasiado, en mi opinión- logran rescatar a Bo y sus amigos con ayuda de unos gitanos romaníes. Esto supone un importante giro de trama, puesto que el de nuevo ingenuo lector posmoderno que cree sabérselas todas, se encuentra con una nueva sorpresa.



Uno de los más importantes personajes de toda esta historia es el Sire, líder del grupo mercenario esclavista. Siendo uno de esos villanos ridículos en ocasiones, y un tanto histriónico, el Sire es un perfecto contrapunto para los personajes protagonistas. Tiene un camión y armas, y ciertos aires de grandeza que no cuadran en absoluto con la visión que sus propios subordinados tienen de él. Suele mostrarse bastante despectivo con todas las religiones, a pesar de ser sumamente supersticioso, puesto que tiene miedo de los gitanos porque piensa que hacen brujería, y mantiene tratos con un supuesto mago negro, al que entrega humanos vivos en sacrificio cuando necesita llevar a cabo cualquier tipo de empresa difícil. Este curioso y contradictorio personaje, lleno de orgullo, rencor, y unas ideas "neoliberales" más atrofiadas de lo normal sobre el concepto de la propiedad privada, decide perseguir a los esclavos fugitivos para matarlos. En contra de lo que se podría pensar, el resto del libro no resulta sólo una sucesión de persecuciones hasta la meta final. 

En un arrebato de inspiración, el padre Ángelo decide que el ejemplo de sus muchachos puede encender la chispa de la rebelión contra la esclavitud. En lugar de huir de incógnito por caminos poco transitados, los chicos y el sacerdote entran en las aldeas para relatar su historia e intentar cambiar la mentalidad de la gente. De esta forma, el Sire tiene muchos problemas para seguir su pista, puesto que los pueblos que no hacen caso de los consejos de Los libertadores le ayudan en sus pesquisas; pero en las zonas rebeldes, suele encontrarse con silencio e informaciones falsas o contradictorias.

No revelaré el final de la historia, puesto que no estaría nada bien, por si a alguien le apetece acercarse a ella, así que paso a otros aspectos. Hay que reconocer que a veces el autor comete fallos de estilo, y que la edición presenta algunas erratas. En otras ocasiones, considero que las acciones cruciales se narran de manera un tanto rápida, mientras que, a veces, el autor se detiene a describir acciones de muy poca importancia, lo cual desluce un poco el conjunto y resulta un tanto aburrido.

Sin embargo, las diversas mezcolanzas del mundo futuro neomedieval no chirrían demasiado. Gerardo López plantea ciudades islámicas de nombre árabe en pena Francia, monasterios en mitad de la  naturaleza por donde los judíos pasan para su última diáspora, razas híbridas de animales, como los cabúfalos (caballos con cabeza de búfalo) o los sauriones (perros modificados genéticamente para aumentar su instinto depredador y disminuir sus capacidades cognitivas), etc.

Asimismo, destaca la idea de la espiritualidad por encima de la religión, puesto que muchos de los personajes son musulmanes, cristianos o judíos. Otros, son ateos o creyentes en las ciencias ocultas, y otros se convierten al cristianismo, el cual se supone, como los demás credos monoteístas, un culto minoritario y casi perdido con el paso del tiempo.

Al principio de este post decía que, a veces, son los temas los que te buscan. Hace ya un tiempo que escribí sobre el padre Fortea y sus novelas de la era del Apocalipsis, -y más tarde sobre Dune y la ciencia ficción-. Me resulta curioso toparme de nuevo con un libro sobre el futuro, escrito desde el punto de vista de un católico creyente. Se da la circunstancia, además, de que ambos escritores resultan un tanto flojos en cuanto a estilo; pero sin duda, y a pesar de que la novela de aventuras "a lo divino" que presenta Gerardo López es entretenida y bastante amena, el mejor es Fortea, aunque presenta un relato más depresivo, pero mucho más maduro, en el que el punto de vista del cristianismo queda omitido por completo, dando paso al desarrollo de la trama, lo cual supone un trasfondo mucho más impactante y de mayor interés. Pero eso es otra historia, y debo decir que Los libertadores es una novela juvenil entretenida, que aunque aburre un poco a ratos y evidencia un par de flecos descolgados y unos giros de trama que hacen decaer un pelín el ritmo del argumento, puede resultar atractiva para jóvenes a los que les gusten las novelas fantásticas y de viajes. He de decir también, que a la mayoría de mis alumnos les gustó, lo cual ya es difícil. A pesar de los tiempos de Crepúsculo y Juegos del hambre que corremos, el lector adolescente no es estúpido, y puede mantener un criterio más firme, incluso, que el público adulto.  

En cuento a mí, quién sabe. Quizás a la larga me acabe haciendo especialista de novela fantástica cristiana -si es que ya existe una etiqueta así de rocambolesca para este tipo de obras-. De momento, me conformo con leerlas, a ver si me siento perturbada la próxima vez que salgan a mi encuentro.