domingo, 12 de mayo de 2013

From Heaven to Hell. Celebraciones con niños

Hace algunos años, fui invitada a dos bodas que se celebraban dos días seguidos. Una era de una amiga y compañera de trabajo; la otra, de una antigua compañera de facultad. Recuerdo que entre ambas bodas mediaba un abismo, que crucé, no sin sorpresa, en cuarenta y ocho horas. La primera fue una boda sencilla, repleta de detalles emotivos, con poca gente y sin un exceso de la clásica parafernalia que tanto se suele criticar -normalmente con razón- en todo este tipo de celebraciones. La segunda boda fue bastante más multitudinaria, de buen gusto, y con mucha gente feliz y dispuesta, aunque en muchos aspectos me resultó bastante más fría y distante que la del día anterior.

Jamás pensé que la vida volviera a darme la oportunidad de poder observar esta dualidad en torno a las celebraciones religiosas -olvidaba decir que ambas bodas fueron por la Iglesia-, pero este mismo fin de semana, he vuelto a revivir de nuevo esa sensación entre lo deseable y lo insufrible, además, con niños. 


El sábado estaba invitada a un bautizo en Valencia. La celebración se llevó a cabo en una pequeña y bonita iglesia, perteneciente a un pueblo encantador. Allí estábamos sólo los invitados, más bien escasos, entre familiares cercanos de ambas familias y los amigos más allegados, la mayoría con pareja e hijos. Todos perfectamente arreglados, pero sin perifollos de más, asistimos a la celebración, que fue rápida, amena y muy emotiva, puesto que el cura también era un amigo del matrimonio. Como ya he dicho, parte el grueso de todos los que allí estábamos eran niños, y más de uno podría predecir una inmensa catástrofe: los típicos bebés gritones, los más mayores correteando sin control, hablando alto; y los padres regañando y resoplando, mientras maldicen el día que semejantes monstruos les están haciendo pasar.

Nada más lejos de la realidad. El acto en sí y la interactuación del sacerdote con los chiquilines fue impecable. Los adultos se comportaron tal y como correspondía a la ceremonia, y sus hijos supieron estar a la altura en todo momento. 

Terminada la ceremonia, todos nos marchamos a un pueblecito cercano, a la casa del padrino, que había organizado una barbacoa. Muchos de los peques se habían cambiado de ropa, y fueron los primeros en comer. Así, mientras los adultos disfrutábamos de la carne a la parrilla, el vino y toda la comida que los familiares habían dispuesto, los enanos jugaban tranquilos en el mismo patio, con sus gorritas para el sol, un par de juguetes, y un pobre escarabajo cazado y asesinado sin piedad por el grupito de los más mayores y curiosos. Finalmente, el festejo transcurrió sin incidentes, y cuando buena parte de los invitados hubo de volver a casa, aún quedó tiempo para echar unas canastas todos juntos. En definitiva, un día perfecto de una celebración de personas normales y corrientes, que comparten aquello que les parece importante y hermoso con sus seres más queridos.

Hoy mismo, por la mañana, había decidido subir a misa. ¡Craso error! El mes de mayo puede resultar fatal en muchos aspectos, como la alergia y el cambiante clima de la primavera. Desde luego, nada tan horrible como las comuniones.


Nada más entrar por la puerta, me encontré con el hecho de que a poco sí me dejan entrar, de lo abarrotado que estaba el templo. Una marea de gente vestida de los colores más chillones inundaba toda la bancada de la iglesia, y otros muchos invitados esperaban de pie el comienzo de la misa. Además, el sonido de la multitud de tacones que se movía de acá para allá, los saludos a gritos, y el barullo de un enjambre de niños vestidos a la última moda, que no paraban de llorar, correr o reclamar la atención de sus padres de cualquier otra forma, se me clavaban en los oídos con un dolor indescriptible. Desde luego, aquello no se parecía en nada a la tan predicada paz de la casa de Dios.

El acto duró algo más de una hora. En ese tiempo, grandes y pequeños entraban y salían de la iglesia, la gente hablaba sin parar, los fotógrafos de cada familia daban vueltas buscando la foto perfecta del comulgante correspondiente, el cura seguía adelante, contra viento y marea, intentando sacar a flote una ceremonia primorosamente organizada, que no contaba en absoluto con el hecho de que a muchos de los presentes les importaba un pimiento lo que allí pasara. En fin, que aquello era poco menos que un caos.


Lo que más me indignó, además de la pasarela de las últimas tendencias de la temporada primavera-verano 2013 y el mareante olor de la mezcla de lacas y colonias de muy diversa marca y calidad, fue el detalle de ver entrar a una mujer joven, en avanzado estado de gestación, y a la que absolutamente nadie fue capaz de ceder el sitio. En esa iglesia de comuniones masificadas, cada uno iba completamente a la suya, sin prestar atención ni siquiera a los pobres niños que, inocentes y felices por tener una fiesta para ellos solos, con sus flamantes trajes recién estrenados, estaban, se supone, participando de un rito importante, en el cual guardaban la compostura bastante mejor que sus familias.

Al parecer, el total de niños que recibían su primera comunión era de veintisiete. ¡Veintisiete! ¡Allí había gente que hubiera servido de cortejo a más de cien! Hermanitos y primos esperaban aburridos el final de un espectáculo que nos les interesaba, y actuaban en consonancia con sus padres, que se saludaban, daban la paz y buscaban sin el más mínimo recato, hablando en el volumen que les daba las gana, que para eso el cura tenía micrófono.

Cabe destacar que, en mi caso, tuve que soportar el agobio de la gente que transitaba por el templo como si fuera un restaurante -más de una vez temí que alguien se acercara al sacerdote a pedirle una clarita con limón-, el cansancio de estar casi una hora y media de pie, alérgica y con la menstruación recién llegada apenas unas horas antes. A pesar de todo, la diferencia es evidente.

En aquel idílico bautizo, que después de lo de hoy parece más lejano, el bebé estaba la mar de tranquilo, vestido con una preciosa alba de tradición familiar, y un trajecito confeccionado por su madrina. Esta mañana, las atrocidades estéticas infantiles se sucedían, como un niño que parecía el "marinerito oscuro", otra pobre niña con una enorme corona de flores-alcachofa rodeando su frente, y otra que lucía algo que pretendía ser un tocado estilo años veinte, con un floripondio y unas plumas en el entrecejo que daban más miedo que vergüenza.

Por si aún no habíamos sido suficientemente mortificados, aquella comunión de chirigota se cerró con una entrega de diplomas a los comulgantes (¡¿?!), y una cancioncita interpretada por los mismos -recuerdo a un pobre chaval meneando la cabeza para ver algo a través de su enorme flequillo-, momento en el que, de nuevo, hubo gente que no tuvo la delicadeza de callarse ¡Y eso que eran de su familia!

Sobre los veintisiete convites de después, la verdad es que no tengo ni idea de lo que habrá ocurrido, aunque me lo puedo imaginar. En algunos casos, la cosa habrá transcurrido de manera tranquila y sin incidentes, y todo se habrá desarrollado de la forma más sencilla y hogareña posible. En la mayoría, y por lo que he podido sufrir esta mañana, el asunto no habrá sido tan fácil. Imagino el típico restaurante con espejos en las paredes y mesas redondas, donde se reparten los diversos miembros de la ruidosa familia, para comer un menú en el que todos zampen mucho y bien. En otros casos esto puede ser intercambiado por una zona con jardín, la mar de cuca. En cualquiera de las dos situaciones, una o dos de esas preciosas mesas estarán destinada a la mayoría de los niños, para ser ignorados una vez más por sus padres, y que, aburridos y sin apenas haber comido nada, comenzarán a correr y jugar entre las zonas de los mayores, que intentarán espantarlos como quien aleja una mosca de un manotazo al aire.


¿Y el protagonista de la Primera Comunión? Pues me imagino al pobre niño o la pobre niña sentado, al menos un rato, pensando en que ya está bien de tanto traje raro y queriendo hacer el gamberro con los demás, y me lo imagino recibiendo una enorme tarta, y algunos regalos muy caros, que son los que realmente van a compensarle, en buena parte de los casos, por haber pasado todo ese día portándose bien y amuermándose. Como todo el mundo sabe, la Primera Comunión se hace para recibir regalazos, lo demás es accesorio, ¿no? Recuerdo ahora las vacías y no escuchadas palabras del sacerdote, exhortando a los pequeños y a sus padres a que no pierdan la costumbre de ir a misa los domingos, confesar y comulgar. Si le hubieran oído, tal vez alguno hasta se lo replantearía.

Mis reflexiones acerca del contraste de este fin de semana son varias. En primer lugar, me reafirmo en la postura de que todos estos actos religiosos que se celebran desde la más profunda y absoluta frivolidad, son más un atraso que un reflejo de una tradición o cualquier otra chorrada que a alguien se le pueda ocurrir. Si no quieres que tu hijo haga la comunión, porque en el fondo eso a ti te parece un coñazo, ¡pues que no la haga! Diga lo que diga quien sea. Pero claro, ¿cómo no va a hacer la comunión, si la hace todo el mundo y luego tiene una fiesta con regalos y un convite y no sé qué más? Celebra otra cosa, dale un cumpleaños especial, y cómprale un vestido precioso otro día, pero no lo tengas dos años yendo a catequesis para que luego vea que a los adultos, esa cosa tan importante que le han dicho en clase se la refanfinfla. La gente está muy apegada a sus tradiciones, pero creo que, sinceramente, no las entendemos ni las transmitimos bien. Y de aquellos polvos nos vienen estos lodos.

Por otra parte, ya estoy muy cansada de la gente que se queja de los niños que van a misa. Yo puedo entender que un bebé no sabe dónde está, y eso a veces puede provocar que llore, pero es muy pequeño, no le pidas más. A veces no es tan fácil para unos padres dejar a su hijo a alguien, y también pueden no ir, pero ¿quiénes somos nadie para decidir cuándo una persona puede o no ir a un sitio, al menos en este caso? Y aquello de los chavalines que corretean y hacen de las suyas... lo siento, pero ya no cuela. En más de una ocasión -y en el bautizo volví a descubrirlo- los niños pueden comportarse de forma adecuada a la situación en la que están, y desde bastante pequeños. El tema no está en los niños, está en sus padres. Si el nene ve que sus padres y hermanos se están comportando en una iglesia como en un bar, ellos harán lo mismo, luego que no pretendan que los pequeños se comporten como estatuas, para así poder estar un rato sin vigilarlos o hacerles caso. Los niños del bautizo se comportaron a la perfección, porque sus padres actuaban de acuerdo al lugar en el que estaban, y ya está. si no quieres que tu hijo se porte como un salvaje, no te comportes tú como un gañán maleducado. Con eso, tienes buena parte de la situación ganada. Si a ti no te importa, al niño tampoco, así de simple.

Que conste que, en cierto modo, este post es una advertencia. En cualquier celebración de este tipo, no os comportéis como algunos de los de esta mañana, no hagáis parafernalias absurdas, no montéis circos. Muchas veces la esencia de las cosas está en su fondo, y eso determina su forma, sin necesidad de forzar nada "porque es lo que hace todo el mundo". Además, y desde un punto de vista completamente egoísta, este post también es una advertencia para mí, por si en el futuro se me ocurriera hacer alguna horterada de este calibre. Si eso ocurriera, ¡rápido! ¡A leer lo que escribiste en mayo de 2013!

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