miércoles, 22 de mayo de 2013

El submundo de las películas de madrugada

Hace ya algunos años que dejé de ser estudiante como tal. Bien es cierto que, ahora, entre los exámenes de idiomas y la tesis doctoral, sigo estudiando algo en un sentido estricto, pero vamos, nada que ver ya con aquellos cerros de apuntes, libros y artículos que te tragas sin pan pa' empujar cuando entras a hacer la carrera, por no hablar del imborrable recuerdo del olor de tus libros para la selectividad.




Para mí, los últimos años de instituto fueron muy buenos, aunque el recopetín se lo llevaban los cinco años de carrera, en los que poco a poco me fui soltando la melena y aprendiendo cosas importantes de la vida. Dentro de este último apartado puede meterse tanto La Regenta de Clarín como la aplicación de las valiosas enseñanzas de Perico Malastrampas, por ejemplo.

En la universidad, muchos estudiantes hacen gala de un impecable orden, que los hace ser madrugadores, responsables, ordenados en sus apuntes y tareas, así como en sus horarios de estudio. En este sentido, yo podía ser muy ordenada; pero, desde luego, no era madrugadora. Mi horario de estudio durante esos cinco años se mantuvo indefectiblemente nocturno. Y claro, así pasaba.


Siempre me había considerado un ave nocturna, que se dice. En las largas madrugadas silenciosas, estudiar solía convertirse en un indescriptible placer. Paz, nocturnidad y una cierta alevosía a la hora de tomarme algún que otro descanso, o de despejar la cabeza hasta el día siguiente, eran las más importantes ventajas de la noche frente a los estudiantes diurnos.

Fue en esas noches de lectura y empolle diarios cuando pude rescatar de entre los escombros mi amor por el cine de mierda. Ese que, de tan malo, era bueno. En aquellos años, los canales autonómicos eran los únicos que ofrecían una programación de cine cuya repugnancia aumentaba de forma proporcional a la hora de emisión. En este post quiero rendir homenaje a aquellas maravillosas noches de febrero y junio en espera de los temidos exámenes, y a cómo aquellos pútridos descubrimientos me hicieron disfrutar en la soledad de la noche, acrecentando mi capacidad de criterio y mi ya de por sí larga placeres culpables.

Antes de comenzar con mi top cinco a modo de ejemplo, quiero resaltar que escribo de memoria; y que podría haber buscado más información de la mayoría de estos filmes; sin embargo, me parece más apropiado basarme en el puro recuerdo, salvo por un par de datos y referencias necesarios para la comprensión del ranking.

5. Combo braker: Mortal Kombat/ Street Fighter II/ Dead or Alive

Una de las combinaciones estrella de las madrugadas de Telemadrid era la reposición de dos o tres películas de lucha seguidas. En Madrid, en junio, el calor podía hacer insoportable cualquier noche, por lo que muchas veces resultaba más prudente irse a dormir con el fresquito del amanecer, habiendo estudiado todo lo que tu mente pudiera dar de sí. Con el resto de canales haciendo el agosto con los tarotistas y las chicas que decían regalar dinero con los programas-estafa; esta serie de mamporros parecía la opción más sensata.


Poco tengo que decir con respecto a las tres películas, de sobra conocidas. Todas se basaban en videojuegos que, en su momento, llegaron a estar muy de moda. Si bien la primera entrega de Mortal Kombat, con Christopher Lambert  a la cabeza, era una castaña y un cutrerío, la segunda parte resultaba bastante más entretenida, y por lo menos había más manguzadas, que a esas horas, y con el bajón del estudio, era lo que se pretendía. Sobre todo si lo acompañas de su alegre música makinera.



Nada que ver, sin embargo, con la mejor de las tres, que solía ir en primer lugar dentro de la programación. Street Fighter II es una película cutre de acción memorable, que, pese a los intentos de incluir a personajes de renombre como Jean Claude van Damme, Kylie Minogue o Raúl Juliá, se queda en un intento más de llevar videojuegos a la gran pantalla. Eso sí, las breves escenas en las que Zangief habla de su pasado como bailarín clásico, o la rocambolesca historia de Blanka y Dalshim, no tienen desperdicio ninguno. Un presupuesto muy mal/bien gastado, que las futuras generaciones de estudiantes noctámbulos agradecemos a posteriori.

La tercera en discordia era de lo más entretenido. Personajes estereotipados con una caracterización que ronda lo lamentable son convocados para luchar en una isla. Se supone que cada uno tiene sus motivaciones y el malo malísimo quiere quitarles sus poderes. Ante tal amenaza, la cosa se resume en que todos los buenos se ayudan para salvarse y el malo muere de manera estúpida. Mención especial a las actrices exuberantes, que no le llegan a las de los videojuegos ni a la suela del zapato -pixelado-. Aún recuerdo esos pósters del Hobby Consolas que los adolescentes de mi generación compraban, sólo para ver cómo cada entrega de la saga DOA las tetas de las chicas botaban más y se hacían más y más grandes. En la peli, salvo la rubia texana hija de un luchador de wrestling enfundada en un bikini con la bandera de E.E.U.U., poco se podía resaltar. Encima, al estar pensada para tíos, tampoco es que los machos alfa estuvieran de buen año. Pero había tortas, y grandes construcciones de roca que se derrumbaban. El colofón perfecto para irse a dormir.

Dejo vídeo de presentación de las féminas, introducing... ¡Los piratas ridículos! Aún más lerdos que los de Astérix. ¡A disfrutar!


4. Legado de sangre (The breed)

He aquí una extraña joya salida de las entrañas de los primeros años de Castilla-La Mancha TV. En un desesperado intento por copiar absolutamente todo lo que hiciera Telemadrid -que también hay que tener valor-, las madrugadas de la cadena autonómica se convirtieron en una fuente inagotable de bazofia televisiva de madrugada. En este caso la idea era poner un film más o menos actual con una cierta pátina de respeto, que terminaba yéndose al garete a pocos minutos de comenzada la historia.


En un futuro impreciso, los vampiros conviven pacíficamente con los humanos. Es entonces cuando un vampiro renegado decide sembrar el terror y convertirse en un asesino en serie. La frágil cordialidad entre razas está en peligro. ¿Qué hacer? El caso es encomendado al agente Grant, a quien se le asigna un nuevo compañero que es... ¡un vampiro! Bueno, un vampiro que, a la postre, es Adrian Paul, a quien los frikis de pro conocerán como el prota de la serie de Los Inmortales, entre otras cositas. A partir de entonces la cosa se transforma en una mezcla rara entre intriga policíaca con conspiraciones gubernamentales en la sombra, vampiros underground y una estética que da bastante vergüenza ajena, como en este breve vídeo que dejo aquí.



Como se habrá podido observar, creo que los guionistas quisieron escribir una de intriga de Antena 3 a las cuatro de la tarde, pero con seres fantásticos de por medio, lo que hizo que, inmediatamente, bajara puntos para un público normal y subiera para los cuatro desgraciados que teníamos estómago para digerir eso a las tantas. Con eso, la pantera, y el bueno de Adrian, lo mejor que podían haber hecho.


3. Crimen Imperfecto

De nuevo, otra de Castilla-La Mancha; y de nuevo, otra de investigadores, esta vez, a la española.

Fernando Fernán-Gómez y José Luis López Vázquez interpretan a Salomón y Torcuato, dos investigadores privados que entran ya no recuerdo cómo ni por qué -así que supongo que no será importante- en una trama de tráfico de drogas. Todo ello, con un Jesús Puente con pelazo y patillas, y un grupo de chicas con curvas de ésas que tanto gustaban en el cine patrio de la época.

Realmente, la trama no la recuerdo con demasiado sentido, ni falta que me hacía que lo tuviera. Sólo me interesaba el hecho de que, aunque a simple vista pudiera parecer una producción más destinada a las mazmorras de Cine de Barrio, la cinta tiene un par de escenas que la sacan de cualquier argumento racional entendible para un espectador medio de cero a noventa y nueve años.

Una de las más sublimes creo que está como por el final, y se ve a ambos protagonistas disfrazados de enfermeras, por supuesto, dando el pego, que para eso lo dice muy clarito el guión. La segunda escena, que una persona tan perturbada como yo ha decido colgar en Youtube por caridad para los noctámbulos del pasado, es un despropósito en el que don Fernando y don José Luis se visten de hippies y acaban fumando porros (léase este último término con la voz de López Vázquez en Adolescencia), y tienen unas visiones psicodélicas sumamente perturbadoras. Globos, chicas bailando de forma picantona, Jesús Puente posando a lo James Bond, escenas inconexas de un señor oculto tras una cortina, una actriz que baila desbocada con unas mallas con ojos en sus partes pudendas, y un ballet de la Revista de José Luis Moreno que no se sabe muy bien qué hace ahí. Lo más sorprendente, es que, cada uno con su porro y su ida de olla, sueñan lo mismo. ¿Great minds think alike? Maybe...


Y otro bonito recuerdo para vuestras retinas. De nada.


2. El grito de la muerte (Cry of the Banshee)

Aquí viene una cinta medianamente buena, pero cuyo argumento resulta más perturbador que otra cosa. Se trata de una de las numerosas cintas de terror de la Hammer, de 1970. Como no podía ser menos, Vincent Price se encarga de poner el arte y el buen gusto a un film que, si bien en otras circunstancias podía pasar por un coñazo mañanero -la serie de Edgar Allan Poe ha quedado ya para cinéfilos, historiadores del cine, y poco más- si no fuera porque, de madrugada, todo convence mucho más.

El caso es que la historia era interesante. En pleno siglo XVI, un noble escocés -Vincent Price-, decide perseguir a los grupos de brujas que aún perviven en sus tierras. Un buen día, sorprende a la bruja Oona y su Aquelarre, y las brujas son condenadas a muerte. Ante tal ultraje, Oona lanza una terrible maldición, haciendo que un joven que se transforma en una mezcla entre demonio y hombre-lobo mate a toda la familia del noble, a lo serial killer.



De esta película podemos destacar muchas cosas, aunque sólo hablaré de las dos más importantes: la primera, los títulos de crédito diseñados por el GRAN Terry Gilliam.



La segunda, es más bien una cuestión de guión, al parecer, en un principio el director de la cinta no quería que se mostrara una versión maniquea de la brujería, y pretendió basarla en la tan de moda entonces Antigua Religión -en algunos casos relacionada con la Wika-. Por este motivo, el Aquelarre de Oona está integrado por jóvenes vestidos de blanco que portan coronitas de flores sobre su cabeza mientras adoran a Satán. Motivo por el cual la cosa da todavía mucho más miedo, al ser una mezcla sumamente grotesca, que mueve tanto a risa por la pinta de hippies come-flores del grupito; como a miedo, puesto que su pretendido buenrollismo esconde intenciones mucho más oscuras.

Esta vez no voy a contar el final. Sólo decir que en esta reseña se aportan datos muy interesantes del film y de su realización. Además de eso, coincido plenamente con la leve comparación entre esta película y The Wicked Man, aunque la segunda cumple mucho mejor con los objetivos de la primera. Quizá por el cierto paralelismo entre ambas, esta escena del trovador cantando una bella canción sobre una joven violada que busca venganza me hace plantearme que sí, que El grito de la muerte era mucho más divertida de madrugada.



1. Rumbo a la muerte aka Barco encantado (Haunted Boat)

La mínima salud mental a la que puede llegar una persona me habría hecho poner la película anterior en primer lugar; pero no podemos faltar a la realidad. Aquí lo que se juzga es el nivel de perturbación que te dejan los filmes cazados in fraganti en una noche de estudio. Así, siendo fiel a la verdad, esta cosa es lo que me dejó peor en todos los sentidos, cuando me pilló de improviso una noche de hace ya unos cuantos años.



La cosa va así. Un grupo de chavales deciden pasar un fin de semana en el barco de su amigo el marginado, que quiere integrarse y ser guay y, a la postre, tiene problemas cardíacos. Un buen día, todos se ponen a fumar porros y a contarse qué cosas son las que más miedo les dan del mundo mundial. Como resulta que el anterior dueño del barco se suicidó en extrañas circunstancias, una especie de ser filmado a contraluz transporta el barco hacia una dimensión alternativa, donde los temores de los jovenzuelos se hacen realidad.

Hasta aquí, podría tratarse de cualquier película de terror adolescente normal y corriente, si no fuera por esa imagen como de cámara barata, los planos que parecen de un corto de fin carrera de Comunicación Audiovisual, las pésimas actuaciones de los jóvenes, y la trama que, escrita por mí, parece tener sentido, pero os aseguro que, mientras intentas verla, no posee la más mínima coherencia, sobre todo en el momento en que los chicos dejan solas a las chicas para tratar de buscar ayuda y vuelven algo así como zombificados, pero sin hacer daño a nadie, sólo se pasan el rato tumbados y se van. Y todo se resuelve gracias a un gato que se paseaba por cubierta. Al final, se supone que la protagonista es la única que queda viva, y despierta en su habitación. En lo que pretende ser un intento de superar su trauma, se sale a dar un garbeo por el puerto, donde, a lo lejos, ve un barquito con dosel, como la cama de la Barbie, con sus amigos a bordo. Ella se sube y todos se van de fiesta por el mar. 

¿Está viva? ¿Muerta? ¿Y los amigos? ¿Siguen en la realidad alternativa? ¿Ha sido todo un sueño? ¿De quién? ¿De la protagonista o de Resines? ¿Irán todos a  la isla de Perdidos a tomar café? Misterios...

Y con esto y un bizcocho, esta ha sido la lista de las películas más rarunas que tuve el placer de conocer en mi vida anterior. En el tintero quedan joyas del terror español como Pánico en el Transiberiano o Inquisición; pero ésas ya no me pillaron en las mismas circunstancias, y serán carne de comentario para otro día. De todas formas, si alguno de mis lectores es noctámbulo, o estudiante, o ambas cosas, le aconsejo fervientemente que descubra por su cuenta sus propias bazofias perturbadoras. Las disfrutará más y le entrarán mejor, porque ya se sabe, de noche todos los gatos tienen más tragaderas para el mal/buen cine.



domingo, 12 de mayo de 2013

From Heaven to Hell. Celebraciones con niños

Hace algunos años, fui invitada a dos bodas que se celebraban dos días seguidos. Una era de una amiga y compañera de trabajo; la otra, de una antigua compañera de facultad. Recuerdo que entre ambas bodas mediaba un abismo, que crucé, no sin sorpresa, en cuarenta y ocho horas. La primera fue una boda sencilla, repleta de detalles emotivos, con poca gente y sin un exceso de la clásica parafernalia que tanto se suele criticar -normalmente con razón- en todo este tipo de celebraciones. La segunda boda fue bastante más multitudinaria, de buen gusto, y con mucha gente feliz y dispuesta, aunque en muchos aspectos me resultó bastante más fría y distante que la del día anterior.

Jamás pensé que la vida volviera a darme la oportunidad de poder observar esta dualidad en torno a las celebraciones religiosas -olvidaba decir que ambas bodas fueron por la Iglesia-, pero este mismo fin de semana, he vuelto a revivir de nuevo esa sensación entre lo deseable y lo insufrible, además, con niños. 


El sábado estaba invitada a un bautizo en Valencia. La celebración se llevó a cabo en una pequeña y bonita iglesia, perteneciente a un pueblo encantador. Allí estábamos sólo los invitados, más bien escasos, entre familiares cercanos de ambas familias y los amigos más allegados, la mayoría con pareja e hijos. Todos perfectamente arreglados, pero sin perifollos de más, asistimos a la celebración, que fue rápida, amena y muy emotiva, puesto que el cura también era un amigo del matrimonio. Como ya he dicho, parte el grueso de todos los que allí estábamos eran niños, y más de uno podría predecir una inmensa catástrofe: los típicos bebés gritones, los más mayores correteando sin control, hablando alto; y los padres regañando y resoplando, mientras maldicen el día que semejantes monstruos les están haciendo pasar.

Nada más lejos de la realidad. El acto en sí y la interactuación del sacerdote con los chiquilines fue impecable. Los adultos se comportaron tal y como correspondía a la ceremonia, y sus hijos supieron estar a la altura en todo momento. 

Terminada la ceremonia, todos nos marchamos a un pueblecito cercano, a la casa del padrino, que había organizado una barbacoa. Muchos de los peques se habían cambiado de ropa, y fueron los primeros en comer. Así, mientras los adultos disfrutábamos de la carne a la parrilla, el vino y toda la comida que los familiares habían dispuesto, los enanos jugaban tranquilos en el mismo patio, con sus gorritas para el sol, un par de juguetes, y un pobre escarabajo cazado y asesinado sin piedad por el grupito de los más mayores y curiosos. Finalmente, el festejo transcurrió sin incidentes, y cuando buena parte de los invitados hubo de volver a casa, aún quedó tiempo para echar unas canastas todos juntos. En definitiva, un día perfecto de una celebración de personas normales y corrientes, que comparten aquello que les parece importante y hermoso con sus seres más queridos.

Hoy mismo, por la mañana, había decidido subir a misa. ¡Craso error! El mes de mayo puede resultar fatal en muchos aspectos, como la alergia y el cambiante clima de la primavera. Desde luego, nada tan horrible como las comuniones.


Nada más entrar por la puerta, me encontré con el hecho de que a poco sí me dejan entrar, de lo abarrotado que estaba el templo. Una marea de gente vestida de los colores más chillones inundaba toda la bancada de la iglesia, y otros muchos invitados esperaban de pie el comienzo de la misa. Además, el sonido de la multitud de tacones que se movía de acá para allá, los saludos a gritos, y el barullo de un enjambre de niños vestidos a la última moda, que no paraban de llorar, correr o reclamar la atención de sus padres de cualquier otra forma, se me clavaban en los oídos con un dolor indescriptible. Desde luego, aquello no se parecía en nada a la tan predicada paz de la casa de Dios.

El acto duró algo más de una hora. En ese tiempo, grandes y pequeños entraban y salían de la iglesia, la gente hablaba sin parar, los fotógrafos de cada familia daban vueltas buscando la foto perfecta del comulgante correspondiente, el cura seguía adelante, contra viento y marea, intentando sacar a flote una ceremonia primorosamente organizada, que no contaba en absoluto con el hecho de que a muchos de los presentes les importaba un pimiento lo que allí pasara. En fin, que aquello era poco menos que un caos.


Lo que más me indignó, además de la pasarela de las últimas tendencias de la temporada primavera-verano 2013 y el mareante olor de la mezcla de lacas y colonias de muy diversa marca y calidad, fue el detalle de ver entrar a una mujer joven, en avanzado estado de gestación, y a la que absolutamente nadie fue capaz de ceder el sitio. En esa iglesia de comuniones masificadas, cada uno iba completamente a la suya, sin prestar atención ni siquiera a los pobres niños que, inocentes y felices por tener una fiesta para ellos solos, con sus flamantes trajes recién estrenados, estaban, se supone, participando de un rito importante, en el cual guardaban la compostura bastante mejor que sus familias.

Al parecer, el total de niños que recibían su primera comunión era de veintisiete. ¡Veintisiete! ¡Allí había gente que hubiera servido de cortejo a más de cien! Hermanitos y primos esperaban aburridos el final de un espectáculo que nos les interesaba, y actuaban en consonancia con sus padres, que se saludaban, daban la paz y buscaban sin el más mínimo recato, hablando en el volumen que les daba las gana, que para eso el cura tenía micrófono.

Cabe destacar que, en mi caso, tuve que soportar el agobio de la gente que transitaba por el templo como si fuera un restaurante -más de una vez temí que alguien se acercara al sacerdote a pedirle una clarita con limón-, el cansancio de estar casi una hora y media de pie, alérgica y con la menstruación recién llegada apenas unas horas antes. A pesar de todo, la diferencia es evidente.

En aquel idílico bautizo, que después de lo de hoy parece más lejano, el bebé estaba la mar de tranquilo, vestido con una preciosa alba de tradición familiar, y un trajecito confeccionado por su madrina. Esta mañana, las atrocidades estéticas infantiles se sucedían, como un niño que parecía el "marinerito oscuro", otra pobre niña con una enorme corona de flores-alcachofa rodeando su frente, y otra que lucía algo que pretendía ser un tocado estilo años veinte, con un floripondio y unas plumas en el entrecejo que daban más miedo que vergüenza.

Por si aún no habíamos sido suficientemente mortificados, aquella comunión de chirigota se cerró con una entrega de diplomas a los comulgantes (¡¿?!), y una cancioncita interpretada por los mismos -recuerdo a un pobre chaval meneando la cabeza para ver algo a través de su enorme flequillo-, momento en el que, de nuevo, hubo gente que no tuvo la delicadeza de callarse ¡Y eso que eran de su familia!

Sobre los veintisiete convites de después, la verdad es que no tengo ni idea de lo que habrá ocurrido, aunque me lo puedo imaginar. En algunos casos, la cosa habrá transcurrido de manera tranquila y sin incidentes, y todo se habrá desarrollado de la forma más sencilla y hogareña posible. En la mayoría, y por lo que he podido sufrir esta mañana, el asunto no habrá sido tan fácil. Imagino el típico restaurante con espejos en las paredes y mesas redondas, donde se reparten los diversos miembros de la ruidosa familia, para comer un menú en el que todos zampen mucho y bien. En otros casos esto puede ser intercambiado por una zona con jardín, la mar de cuca. En cualquiera de las dos situaciones, una o dos de esas preciosas mesas estarán destinada a la mayoría de los niños, para ser ignorados una vez más por sus padres, y que, aburridos y sin apenas haber comido nada, comenzarán a correr y jugar entre las zonas de los mayores, que intentarán espantarlos como quien aleja una mosca de un manotazo al aire.


¿Y el protagonista de la Primera Comunión? Pues me imagino al pobre niño o la pobre niña sentado, al menos un rato, pensando en que ya está bien de tanto traje raro y queriendo hacer el gamberro con los demás, y me lo imagino recibiendo una enorme tarta, y algunos regalos muy caros, que son los que realmente van a compensarle, en buena parte de los casos, por haber pasado todo ese día portándose bien y amuermándose. Como todo el mundo sabe, la Primera Comunión se hace para recibir regalazos, lo demás es accesorio, ¿no? Recuerdo ahora las vacías y no escuchadas palabras del sacerdote, exhortando a los pequeños y a sus padres a que no pierdan la costumbre de ir a misa los domingos, confesar y comulgar. Si le hubieran oído, tal vez alguno hasta se lo replantearía.

Mis reflexiones acerca del contraste de este fin de semana son varias. En primer lugar, me reafirmo en la postura de que todos estos actos religiosos que se celebran desde la más profunda y absoluta frivolidad, son más un atraso que un reflejo de una tradición o cualquier otra chorrada que a alguien se le pueda ocurrir. Si no quieres que tu hijo haga la comunión, porque en el fondo eso a ti te parece un coñazo, ¡pues que no la haga! Diga lo que diga quien sea. Pero claro, ¿cómo no va a hacer la comunión, si la hace todo el mundo y luego tiene una fiesta con regalos y un convite y no sé qué más? Celebra otra cosa, dale un cumpleaños especial, y cómprale un vestido precioso otro día, pero no lo tengas dos años yendo a catequesis para que luego vea que a los adultos, esa cosa tan importante que le han dicho en clase se la refanfinfla. La gente está muy apegada a sus tradiciones, pero creo que, sinceramente, no las entendemos ni las transmitimos bien. Y de aquellos polvos nos vienen estos lodos.

Por otra parte, ya estoy muy cansada de la gente que se queja de los niños que van a misa. Yo puedo entender que un bebé no sabe dónde está, y eso a veces puede provocar que llore, pero es muy pequeño, no le pidas más. A veces no es tan fácil para unos padres dejar a su hijo a alguien, y también pueden no ir, pero ¿quiénes somos nadie para decidir cuándo una persona puede o no ir a un sitio, al menos en este caso? Y aquello de los chavalines que corretean y hacen de las suyas... lo siento, pero ya no cuela. En más de una ocasión -y en el bautizo volví a descubrirlo- los niños pueden comportarse de forma adecuada a la situación en la que están, y desde bastante pequeños. El tema no está en los niños, está en sus padres. Si el nene ve que sus padres y hermanos se están comportando en una iglesia como en un bar, ellos harán lo mismo, luego que no pretendan que los pequeños se comporten como estatuas, para así poder estar un rato sin vigilarlos o hacerles caso. Los niños del bautizo se comportaron a la perfección, porque sus padres actuaban de acuerdo al lugar en el que estaban, y ya está. si no quieres que tu hijo se porte como un salvaje, no te comportes tú como un gañán maleducado. Con eso, tienes buena parte de la situación ganada. Si a ti no te importa, al niño tampoco, así de simple.

Que conste que, en cierto modo, este post es una advertencia. En cualquier celebración de este tipo, no os comportéis como algunos de los de esta mañana, no hagáis parafernalias absurdas, no montéis circos. Muchas veces la esencia de las cosas está en su fondo, y eso determina su forma, sin necesidad de forzar nada "porque es lo que hace todo el mundo". Además, y desde un punto de vista completamente egoísta, este post también es una advertencia para mí, por si en el futuro se me ocurriera hacer alguna horterada de este calibre. Si eso ocurriera, ¡rápido! ¡A leer lo que escribiste en mayo de 2013!