domingo, 21 de abril de 2013

Divagaciones sobre Dune: El descubrimiento de Teg, el gañán místico

A decir verdad, nunca me he considerado una gran fan de la ciencia ficción. Bueno, ni siquiera una fan a secas. Sin embargo, reconozco que la historia de Dune, de Frank Herbert, me dejó completamente fascinada desde el día en que la descubrí.

Ni qué decir tiene que mi primer acercamiento a una de las más conocidas sagas de este género fue a través del cine. David Lynch es un director que me gusta bastante -si bien aún tengo pendiente el visionado de Cabeza borradora- y me llamaba la atención el modo en que más de un conocido me indicaba que su adaptación de Dune, auspiciada por Dino de Laurentis, era su peor film. Al parecer, el propio Lynch habría renegado de la cinta, utilizando incluso un pseudónimo en los créditos. Menos mal que mi hermano mayor, lector incansable y fuente de información durante años, me pasó los libros y, gracias a ellos y a las largas y productivas conversaciones que sobre la historia de los Atreides y compañía hemos mantenido siempre, logré entender la valía de Herbert -y la de David Lynch- a la hora de construir una pieza literaria importantísima dentro de la historia de la literatura de ciencia-ficción.

En primer lugar, dejo claro en pocas palabras que Dune no es la peor película de David Lynch. Simplemente, es una cinta diferente en tanto que se aleja de su peculiar modo de estructurar la trama, así como de sus fetiches y su personal estilo. Mucha gente esgrime este argumento para defender la idea antes expuesta, aunque creo que esas mismas personas deberían ver El hombre elefante, una estupenda película en la que tampoco aparecen ninguno de los usos y maneras por los que se suele identificar al director. Justo el hecho de que El hombre elefante se trate, asimismo, de una adaptación literaria, tira por tierra el segundo argumento, a saber, que Dune es una mala película porque no es una historia original de David Lynch, y trabaja, digamos, "a sueldo", para adaptar algo que no es suyo al cien por cien. Otra cosa muy distinta es que haya gente que prefiera la filmografía posterior del director, que va desde Terciopelo azul hasta Inland Empire, porque encuentren ese trabajo más maduro o más cercano a un determinado estilo. Eso no me parece ni bien ni mal; pero justificar un gusto personal o una opinión subjetiva sólo porque Dune sea diferente a otros filmes posteriores me parece una postura un tanto infantil.

Ello no obstante, por supuesto que hay personas a las que la película no les gusta, por muy diversos motivos, off llevan directamente a la esencia de la novela, por mucho que Lynch se salte pasajes. No nos engañemos, la idea está perfectamente cogida, y ya no podemos imaginar a otro Paul, ni a otro Leto, ni a otra Hellen Mohiam, ni a otra Dama Jessica más que a los elegidos por Lynch y su equipo. A excepción de Sting -creo que al pobrecito Feith nos lo podemos y debemos imaginar de otra manera, por nuestro bien- todo en la primera adaptación cinematográfica de Dune es perfecto, en cuanto a concepto de la historia y ambientación se refiere, cosa de la que no muchas otras cintas pueden presumir.
bien razonados y argumentados. Perfecto. Ningún problema. Yo, sin embargo, destaco una única virtud que hace que la película sobrepase a todas las demás versiones que de la saga de Herbert se han realizado hasta la fecha: David Lynch lo entiende. Tanto el cásting de actores como el vestuario y ambientación, así como determinados momentos, miradas, diálogos y monólogos interiores en

Terminada mi breve defensa de David Lynch, desearía continuar con mis ideas globales acerca de la saga en general, lo cual nos llevará a entender por qué me fijé en el personaje de Teg, ese gran hombre al que yo llamo cariñosamente "el gañán místico".

El primer libro de las Crónicas de Dune se publicó en 1966. A partir de ese momento, Herbert ya había construido un coherente y fascinante mundo de ciencia-ficción, en el que se tenían en cuenta una serie de factores que, tal vez, son las que le otorgan esa inusitada brillantez y originalidad.

Tras una gran guerra contra las máquinas, el ser humano se dispersa por el universo, bajo la consigna de no volver a depender jamás de las mismas. A este respecto, el salto de Herbert resulta poco menos que impactante. Normalmente, los mundos futuros imaginados por diversos autores suelen estar plagados de refinada tecnología, que hace la vida del hombre mucho más cómoda. Otros, sin embargo, se decantan por futuros postapocalípticos en los que la humanidad vive poco más o menos que en una nueva Edad de Piedra, y comienza su historia desde cero. En este sentido, el planteamiento de Dune es mucho más interesante.

Al no poder confiar en las máquinas, los seres humanos deciden potenciar sus propias capacidades, dando lugar a algunas "sectas" o "escuelas" donde aprenden a hacer todo aquello que las máquinas habían hecho por ellos. Así, las Bene Gesserit son capaces de controlar hasta las células de su cuerpo, y manejan su intuición casi como una ciencia; los Decidores de Verdad son capaces de observar el más mínimo rasgo de comportamiento para captar las mentiras de los demás; los Mentats son auténticas computadoras humanas y los integrantes de la Cofradía Espacial pliegan el espacio y viajan por él en muy poco tiempo. Un mundo futuro con tecnología, pero sin súper ordenadores ni rayos láser. 

Por otra parte, matizar que, en los dos últimos casos, el uso de drogas y otras sustancias para expandir la mente resultan sumamente curiosos. Paul logra aumentar sus poderes gracias a la especia, y los Mentats reactivan su cerebro por medio de una especie de jugo de rana que hace que éste trabaje a mayor rapidez. Todas ellas, sobre todo la especia, tienen una importancia prácticamente religiosa dentro de esa sociedad a caballo entre lo medieval y lo futuro ideada por Herbert, recordemos la famosa frase de "La especia debe manar" o el momento en el que Paul y Dama Jessica beben el Agua de vida, sólo por poner un par de ejemplos.



Otro rasgo a destacar en las novelas de Herbert es la importante aportación de lo espiritual y religioso. Todo en Dune tiene un cierto aire sagrado, que logra que hasta los pasajes más cotidianos tengan algo de sublime y resaltan los momentos más épicos dentro de los siete libros. Objetos importantes como el Gom Jabbar, o las dagas de los Fremen, las armas de las Honoradas Matres -ese cañón que las convierte en vegetales al que tanto temen- y la gran amenaza indescriptible que se cierne sobre la raza humana en los últimos libros, dejan claro que todo en Dune respira un cierto sentimiento religioso. La propia crónica de la ascensión de Paul para ser el Kwisatz Haderach y convertirse el emperador del universo está relatada a modo de libro sagrado para generaciones posteriores. La hermana de Paul es conocida durante su regencia como Santa Alia del Cuchillo. Las Bene Gesserit -mezcla de monjas con brujas en su concepto- llevan a cabo modificaciones genéticas esperando la llegada de su mesías, cuyos signos serán reconocidos gracias a las profecías anteriores. Los Fremen también tienen una fuerte tradición religiosa, y Paul vence al Emperador y el varón Harkonnen gracias a la "guerra santa" augurada por el pueblo del desierto. Si a esto sumamos el importante factor ecologista, de nuevo nos encontramos ante una novela que no parece ser una de las típicas historias de ciencia-ficción al uso.

En cuanto a la estructura de la trama, destaca sobre todo lo imprevisible de las posibilidades. ¿Cómo crear intriga en un mundo en el que los protagonistas saben lo que va a pasar? La famosa presciencia de Paul, Alia y Leto II El Gran Tirano, entre otros, no es ni mucho menos algo que los haga omnipotentes. En este caso, la presciencia sería una especie de consciencia de todas las posibilidades de un hecho, lo cual no quiere decir que estemos ante personajes que ven el futuro ni ante una trama determinista, sino todo lo contrario.

Por lo general, muchas veces los personajes de la novela tienen un plan, del cual han calculado hasta la más mínima posibilidad, desarrollando en su mente el proceso de causas y consecuencias que tendrán lugar para lograr sus fines. El problema no es que sepan lo que va a pasar, lo que nunca saben es el cómo, cosa que el lector también desconoce por completo. De esta forma, los acontecimientos se suceden. Unos intentan que sus planes tengan éxito, y otros tratan de acabar por todos los medios con los planes de los primeros, aunque nunca sabemos cómo demonios piensan llevar a cabo cada una de las acciones que les reportarían la victoria. Por este motivo, es frecuente en Herbert el introducir un elemento inesperado, que rompe los esquemas predeterminados de todos los personajes, y resuelve la trama, normalmente de una forma más bien agridulce. En El Mesías de Dune, Paul sabe desde el principio que alguien va a matar a su hijo nonato, además de a él mismo, y que su amada Chani va a ser acusada de ambos asesinatos y recluida en un pozo de esclavos; aunque, por supuesto, no sabe quién será el asesino, ni cómo pretende llevar a término su plan, ni quién está detrás de la conjura para derrocarle. Finalmente, un inesperado giro de trama llevará a Paul a contemplar una posibilidad que no entraba dentro de sus cálculos y, de esta forma, salvar a su familia y el nuevo linaje imperial. En Dios Emperador de Dune, Leto II ha logrado obtener un enorme poder de presciencia, motivo por el cual ha realizado toda clase de planes para preservar la supervivencia de su familia y la de toda la humanidad. Esto conlleva una amarga decisión, pues debe convertirse en un longevo tirano para esclavizar a los humanos, con el único objetivo de que no haya una sola generación que desee ser sometida a un régimen totalitario como el suyo. El único modo que hallan sus enemigos para vencerlo es dándole algo que no esperaba dentro de sus cálculos: la posibilidad de amar y ser amado.

Como hemos podido observar, el universo de Dune resulta muy particular, único y sumamente original dentro de la ciencia-ficción, sobre todo si tenemos en cuenta que la saga se desarrolla desde finales de los años 60 hasta mediados de los 80 -sin contar la última novela, escrita por el hijo de Herbert y Kevin J. Anderson y dividida en dos partes para vender más-. Vistos ya buena parte de sus logros, podemos ahora entrar en la tercera parte del post, que ha causado más de una noche de animada conversación con mi hermano mayor. Y es que Teg se lo merece todo.

Éste es Teg de pequeño. ¿A que era mono?
En muy pocos blogs se puede leer demasiado sobre uno de los más importantes Atreides de la saga. En todos, indefectiblemente, se cuenta su historia según aparece en los libros -en este caso, Herejes de Dune y Casa Capitular-, y ninguno que yo haya visto analiza el impacto de todo lo que se nos muestra sobre él, puesto que su inclusión en la trama marca, desde luego, un antes y un después.

Teg es un Atreides, pero no uno cualquiera. A la muerte del Tirano, los Atreides de las generaciones futuras nacen con una serie de rasgos genéticos, entre los cuales se encuentra el hecho de no ser descubiertos por rastreadores precientes. Asimismo, los Atreides tienen un importantísimo peso dentro de la Hermandad Bene Gesserit, y viven recluidos en la Casa Capitular, donde su seguridad está más que probada.

En un momento dado, una amenaza se cierne sobre el Imperio y sus colonias. La llegada de unas mujeres salvajes, expertas en técnicas de lucha, que posen cientos de esclavos sexuales y que arrasan cada planeta al que llegan como si fueran una plaga de langosta, diezma considerablemente las filas del mundo civilizado, impotente ante el ataque de esta fuerza desconocida. Estas mujeres, las Honoradas Matres, han llegado incluso a conquistar Arrakis (Dune), el planeta del que proceden los gusanos y la especia, motivo por el cual se han vuelto más peligrosas si cabe.

En este contexto de guerra mundial, es donde encontramos a Teg, el mejor general del ejército imperial, aunque un tanto entrado en años. Educado en los postulados de las Bene Gesserit, es asimismo un hombre sumamente inteligente, capaz de resolver y planificar estrategias, así como de vencer en todas las batallas y conflictos diplomáticos que se presenten. En este sentido, para qué negarlo, Teg es un crack. Incluso podríamos decir que lo es a la manera de Dune: inteligente, calculador, gran estratega, frío y astuto.



Con semejantes características, las Bene Gesserit deciden enviar a Teg a Arrakis, mientras tratan de averiguar cómo vencer a las Honoradas Matres. La idea es encontrar a una descendiente Atreides que vive en el desierto, y que es capaz de pastorear gusanos, para poder coger una cría y así tener las reservas de especia asegurada, aunque el pobre bichito de dos metros deba vivir en un entorno artificial.

A su llegada a Arrakis, Teg también realiza un acto muy presente en todas las novelas de la saga. Para que sus compañeros de misión no sean descubiertos, se sacrifica y es capturado por las Honoradas Matres. Nuestro héroe está en apuros... ¡Y comienza el cachondeo!

Las Honoradas Matres poseen una especie de instrumento de tortura definitiva, que viene a ser una sonda cerebral, y que causa un indescriptible dolor que sólo consigue que la víctima ansíe la muerte. Esta sonda es la que utilizan para torturar al bueno de Teg, que afronta el desafío con total valentía. Y aquí, precisamente aquí, es donde viene lo bueno de verdad.

¿Muere el pobre Teg como un héroe, entregando la vida por sus amigos? ¿Ha caído Herbert en el patetismo de presentarnos a un personaje potable que sale de la trama porque sí? ¡No! Herbert hace algo mucho mejor y más épico. Resulta que, como ya sabemos, el Tirano había hecho modificaciones genéticas en los Atreides, previniendo determinados problemas que pudieran surgirles en el futuro. No está claro si su presciencia le había llevado a ver el momento en el que la sonda se introducía en el cerebro de Teg; pero, desde luego, el tío tuvo vista. En el momento en que el general es sometido al mayor rango de dolor de la sonda, se opera una especie de cambio genético repentino, y Teg no muere. Tampoco grita. No es que soporte mejor el dolor. ¿Es un pájaro? ¿Es un avión? ¡NO, el el Superman de Dune!

De pronto, el supuesto chivo expiatorio adquiere súper fuerza y súper velocidad, y el caso es que arrasa con toda la caterva de Honoradas Matres y cohortes de combate que pululaban por allí, básicamente, en unos segundos diezma las defensas del enemigo, en un giro de trama digno de cualquier película cutre de acción; pero que en medio de las novelas de Dune, que poseen todas las características citadas anteriormente, chocan de forma sorprendente. En un mundo donde todo se centra en intrigas palaciegas, arrebatos de misticismo y experimentos secretos, el arma definitiva para acabar con la mayor amenaza de la civilización es un gañán que se lía a manguzadas supersónicas. ¡Viva Herbert!

Tiempo después, los compañeros de Teg han sido atrapados, y Teg vuelve a entregarse, siendo conducido a un antiguo banco que las Honoradas Matres han transformado en cuartel. En un nuevo alarde de violencia gratuita y flipada sin igual, Teg desciende desde el último piso hasta la salida, matando por el camino a todo bicho viviente, sin que al pobre vigilante que observa las cámaras de seguridad le dé tiempo a pulsar el botón de alarma. ¡Ojo! Teg sigue siendo el mismo general experto, y el mismo señor mayor, educado por las  Bene Gesserit, calculador y frío, sólo que ahora, además, reparte estopa a velocidad luz.

Las Honoradas Matres, que se han quedado flipando pepinillos, se dan cuenta de que han de acabar con Teg, la única arma del enemigo que consigue destruirlas en cantidades industriales. Pero, ¿cómo hacerlo? Por lo que sabemos, estas mujeres salvajes no se caracterizan especialmente por su actitud calculadora. No tienen presciencia, arrasan directamente con todo lo que encuentran a su paso y, si no pueden enfrentarse a algo, directamente huyen. Es decir, que las pobres son un tanto básicas en sus usos y maneras. Por este motivo, Herbert realiza el giro de trama definitivo. ¿Qué haces si tienes a un tío con súper velocidad y súper fuerza en tu planeta, matando a tu gente sin tino? ¡Pues cargarte el planeta, claro!


Y así es. Los compañeros de Teg han encontrado a la Atreides que pastorea gusanos, y se llevan una cría. Todos suben a la nave menos Teg, que, obviamente, vuelve a quedarse atrás, asegurando la huida del resto a base de liarse a tortazos como acostumbra. Mientras la nave sale volando a toda velocidad, las Honoradas Matres lanzan un pepinazo nuclear sobre Arrakis, y destruyen el planeta... con Teg dentro, claro, que era lo que les interesaba.

Total, que la historia de Teg supone, ni más ni menos, uno de los más importantes cambios de la saga. Por un lado, se acaban los héroes únicamente dotados de poderes mentales o biológicos. Teg es un Hulk cargado de epicidad trascendental. Por otra parte, se acaban las guerras en torno a Arrakis, puesto que... bueno... digamos que ya no vive más; y también se acaban los conflictos con la especia. Arrakis era el planeta de donde salía, y ahora, con el gusanito en la nave, la melange se podrá fabricar de forma artificial, así que eso de "quien controla la especia controla el universo" -mantra de todos los personajes ambiciosos de los libros anteriores- ya no cuela. Finalmente, el caso Teg termina con las tramas de pocos personajes luchando en ambientes más bien cerrados. Las intrigas palaciegas dejarán paso a una gran guerra interplanetaria y a la preparación para una lucha con el mayor enemigo de la raza humana, que regresa para vengarse de forma definitiva. El Tirano, inmerso en una trama doméstica, había previsto acciones que se salían de los márgenes de lo cotidiano, preparando el terreno para toda la humanidad futura. Y Herbert, con el inesperado y brusco giro de Casa capitular, rompe con una serie de lugares comunes, para dar paso al final de su historia, que parte de una base insólita sin perder la coherencia interna, y adelantando tramas sumamente interesantes y bien hiladas.

A todo eso, para los que piensen que he hecho el peor spoiler de la historia, decir que las aventuras de Teg no empiezan ni terminan exactamente en lo que he contado, sino que aún nos queda mucho gañán místico por admirar. Mucha gente que sólo conoce los primeros libros de la saga suele perderse a este personaje y la importancia que su historia conlleva. Por ello, animo desde aquí a todos los que no lo han hecho a leer Dune, y descubrir más bizarradas que las pocas notas que haya podido esbozar aquí. Os aseguro que merece la pena.



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