viernes, 15 de febrero de 2013

Yo y los musicales

Últimamente, pasear por la Gran Vía implica ser asaltado por enormes carteles que anuncian musicales de lo más variopinto. La moda, supongo. Los productores, o los empresarios, o quien narices sea, han decidido que era mejor irse cargando los antiguos teatros con nombres de insignes escritores, y ponerse a la última, rebautizando los mencionados teatros con nombres de empresa (Movistar, Häagen-Dasz...) y apuntándose a la moda de crear una especie de "Pequeño Broadway" en pleno centro de la capital.

Como consecuencia de esto, los musicales llegan ahora a España, o se crean directamente, basándose en cualquier idea peregrina que surja de la cabeza pensante de turno, lo que más de una vez implica bizarradas y desvergüenzas mil para sacar la pasta a los espectadores. 

El caso es que comencé a reflexionar sobre el género. Seguramente conozcáis a muchas personas que presumen de que "no les gustan los musicales", y oye, me parece bien. En este sentido, yo no sabría decir si me gustan en general o no; porque muchas veces el argumento que esgrime la gente a la que no le gustan es cierto: es un coñazo ver a un tipo que, de pronto, se pone a cantar por la calle y que desde el lechero hasta la señora del perrito de lanas cantan y bailan con él, volviendo a la normalidad en menos que canta un gallo. Así, sin pan p'a empujar.

Lo curioso del caso es que, si recapitulamos, incluso los no enamorados del género, como por ejemplo, yo misma, podemos reconocer que hemos visto muchas películas o espectáculos de este tipo (algunos, más de una vez), y que, si no del todo, ha habido canciones o escenas que nos han gustado, y que guardamos en nuestra memoria como buenos recuerdos de la infancia. Es por esto que voy a plantear una división, completamente particular y subjetiva, basándome en los musicales que conozco.

Musicales de la infancia

Todos hemos tenido acceso a este tipo de películas. Todos las conocemos, las recordamos y hasta tarareamos sus canciones. Muchas de ellas resisten el paso del tiempo mucho mejor de lo que lo haría cualquier otro film mucho más pretencioso. Pensemos, por ejemplo, en Sonrisas y lágrimas, con las canciones más cuquis del universo mundial. La historia de la familia von Trapp huyendo de los nazis, mientras cantan vestidos de tiroleses enseñados por una ex monja metida a niñera que más tarde será su madre se nos hace ligera, divertida y ñoña a partes iguales. Por no hablar de las numerosas versiones de "My favourite things", o de este entrañable momento:


Otro musical que en su momento me llamó la atención, y que incluso hace poco me descargué de internet, es Siete novias para siete hermanos. Las andanzas de los rudos montañeses Pontipy, inspirados en la tradición latina para raptar a sus novias, no me importaban demasiado. ¡Cómo me iba yo a fijar en ninguna clase de trama, viendo los trajes de colorines que se gastaban los leñadores! Por no hablar de la falda de remiendos. ¡Eso sí que era un espectáculo!

Cabe decir, no obstante, que la peli se hizo con cuatro duros, motivo por el cual no se rodó ni una sola escena en exteriores. Al parecer, la productora no deseaba apostar demasiado fuerte por la película; pero, cosas de la vida, se convirtió en un éxito. Hace algunos años, con la fiebre musical española, se intentó adaptar y se llegó a representar en algunos teatros, aunque, esta vez sí, la cosa no salió como cabía esperar, y el montaje fracasó.



En aquellos años de mi niñez, Julie Andrews era la reina indiscutible de los musicales -o, por mejor decir, de mis musicales-. A pesar de ese bodrio infumable que es Víctor o Victoria, todo se le perdonaba cuando, aparte de verla triscar por los montes cantando "The sound of music", podías envidiarla y querer ser como ELLA, la prácticamente perfecta en todo Mary Poppins. Siempre he pensado que mi gusto por lo decimonónico, lo victoriano y las horteradas nació contemplando una y otra vez a la mejor Supernanny de todos los tiempos, que no necesitaba poner pegatinas en la tetera de la casa; pero lograba dar a toda la familia una nueva visión de las cosas. Incluso llegué a comprarme unos zapatos violetas hará como cinco años, creyendo que había alcanzado el culmen del horterismo. A mí, particularmente, me encantaba el vecino loco que tenía su casa como si fuera un barco, y que lanzaba cañonazos a las horas en punto, aparte de la canción sufragista de la señora Banks, que parece algo menos naïf que las insinuaciones feministoides de Siete novias para siete hermanos, y desde luego es mucho más graciosa.


Ya que me he metido con Mary Poppins, supongo que se hace necesario hablar de las pelis de Disney. Al menos las de cuando yo era pequeña, porque, aunque algunas intentan mantener ese estilo de "hay que meter una canción en esta película para que quede más bonita y, sí, también por cojones", como Brave, la hornada de films que, desde Blancanieves, fueron cautivando a multitud de niños durante décadas, no eran otra cosa que películas musicales animadas. Algunas, desde luego, muy buenas, como La Sirenita o El rey León, cuyo montaje teatral está causando furor en nuestro país. Otras, como Tod y Toby o Pocahontas, son un ejemplo de canciones atrapa-niñas que, en realidad, encubren una historia bastante lamentable.

Por último, un hito de la infancia de casi todas las niñas del mundo occidental, que llega incluso a nuestros días, es Grease. La historia del macarra redimido y la pazguata espabilada corría como la pólvora en manos de cualquier chavalina que, aunque ya fueran los noventa, trataba de hacerse con el cassette de las canciones para bailarlas en su casa y aprendérselas de memoria. Poco tengo que decir al respecto, salvo que la segunda parte, con Michelle Pfeiffer y Lorenzo Lamas, incurre sin ambages en la vergüenza ajena -tendencia muy ochentera, por otra parte-, y que, hace poco, revisando algunas escenas con una amiga, me partí de risa al comprobar que nunca se había fijado en que, al final de la canción que Jonh Travolta le canta a Sandy, todo el fondo es un anuncio del cine de verano donde una salchicha se introduce de cabeza en un perrito caliente. Muy redimido, muy triste, y todo lo que tú quieras, pero Danny Zuko lo que quería era, básicamente, follar. ¡Minipunto para la brillantina!

Buenos y malos musicales

El hecho de vivir en una familia cinéfila y, en concreto,  amante del cine histórico hace que, desde muy pequeña, tengas acceso a todo un mundo de películas que van de lo sublime a lo directamente infame. En el asunto que nos ocupa, hubo otros muchos musicales que conocí desde temprana edad, y que he vuelto a revisar, años después. Es por esto que he terminado elaborando una teoría sobre los musicales, que comparto con bastante gente.

En mi opinión, los musicales que se hacen un poco porque sí, y en los que las canciones no suelen estar demasiado justificadas, sino que la gente canta porque "¡joder, que estábamos haciendo un musical!", pues resultan un pelín coñazo, la verdad. Son justo esas obras de las que se ríe la genial Hairspray con su desterillante "Good morning Baltymore", por ejemplo. Sería el caso de algunos de los nombrados anteriormente, y de otros como ChicagoMy fair lady o El hombre de la Mancha, dentro de que puedan tener alguna buena canción, sobre todo en el caso de este último.



Por otra parte, algunos musicales terminan quedando un tanto desfasados, aunque se les reconozca el mérito de haberlo petado en su momento, como Jesucristo Superstar, FamaFlash Dance o incluso Foot loose. Estos últimos, unidos a Fiebre del sábado noche o Dirty Dancing, dejaron una estela que llegó a alcanzar cotas sumamente lamentables, como la película Girls just wanna have fun, protagonizada por la neoyorkina de corazón y frívola de todo lo demás Sarah Jessica Parker. Para muestra, un botón:



Ahora, sí que es cierto que otras muchas historias han sido y serán auténticas obras maestras, musicales en los que las canciones encajan como un guante dentro de la historia, están justificadas, todo da un aire magnífico de verosimilitud, y cumplen con su función a las mil maravillas.

Cabaret es, en mi opinión, la mejor representante de este grupo. Los números musicales del Kit Kat Club, que corren a cargo del enormísimo Joel Grey, representan de forma grotesca una realidad grotesca de por sí, con una historia de amor libre en medio de un Berlín a punto de perder su libertad. Sally será el único personaje que realmente viva entre ambas orillas del río, mostrándonos su realidad sentimental. Además de esto, la famosa escena de la cervecería, reflejo más que impactante y certero de la mentalidad de la Alemania pre-nazi, y la estética del conjunto de la película, han logrado convertirla en un clásico, además de en lo que, para mí, es un musical de libro.



En otra línea, aunque igualmente exitosa, se situaría Hair. Historia que representa como pocas la mentalidad y características del movimiento hippie que, en contra de Jesucristo Superstar, parece no haber envejecido tanto con el paso de los años. Aún hoy, multitud de escenas y piezas musicales son recordadas y versionadas. Destacan la escena del reconocimiento médico y la canción "White boys, black boys", el arranque, que es de los mejores de entre las películas que estoy enumerando hoy, y la famosa escena en la que el protagonista toma LSD, con sus visiones psicodélicas impregnadas de la imaginería y estética de los años sesenta. Cómo no, una de las canciones favoritas es la que da título al musical. Resulta un tanto obvia, pero no quería pasar sin mencionarla.

Por último, The Rocky Horror Picture Show es una marcianada de las gordas. Y nunca mejor dicho, porque lo de los transexuales transilvanos interplanetarios podría parecer la excusa perfecta para tirar por tierra parte de mis argumentos. Pero nada más lejos de la realidad. A pesar de lo extraño de la historia, lo surrealista del argumento y lo estrambótico de las canciones y los personajes, la cosa tiene mucho más sentido que un Cantando bajo la lluvia cualquiera. Dos chicos que pertenecen al mundo ordenado y racional, pasan la noche dentro de un ambiente completamente underground, que les hace replantearse todos sus esquemas y cambiar su vida para siempre. De hecho, el comienzo y las canciones que canta la pareja protagonista, no son otra cosa que una burla de los "típicos" musicales de canción melódica llena de elementos pastelosos. Incluso cuando Susan Sarandon decide dejar de ser un mojigata para intentar tirarse al hombre perfecto creado por el MAGNÍFICO Tim Curry, la letra no para de hablar de deseo y seducción; pero la música y el tono siguen siendo arquetípicos dentro del estereotipo. Este y otros muchos ejemplos podrían ser aducidos a favor de la película, aunque es mejor dejar que quien no la ha visto la experimente en sus retinas, y luego cuente.



Así las cosas, mis incursiones en el mundo del musical han sido muchas más de las que yo misma hubiera esperado antes de escribir este post. De hecho, me vienen a la mente otras cintas, como Cover girl o Un americano en París, que entrarían dentro del género estereotipado y que, aunque a ratos resultan entretenidas, no me gustan demasiado.

Para terminar, me gustaría hacer mención a un musical que, si bien no termina de gustarme del todo, tiene la escena de cachondeo perfecta. Buena historia, y gran momento que, innovando, se burla y en parte reinventa el género. Les dejo con la versión más actual, porque, seamos sinceros, ¿qué mayor genialidad que poner de cantante nazi gay friendly al niño de la cervecería de Cabaret?

 

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