jueves, 28 de febrero de 2013

Libros perturbadores: Cyclus apocalypticus

La verdad es que a veces lo pienso, y soy de traca. Resulta que una de las cosas que más hago y gracias a las que contemplo las horas pasar gastadas por delante de mis ojos es leer libros a choflón, y luego no escribo nada sobre ellos.

Cabe decir que, por complejos absurdos, siempre pienso que no vale la pena escribir algo sobre talo cual libro, del que seguro que ya existe información más que suficiente en internet; pero, ¡qué diantres! Dije desde el principio que escribiría sobre lo que me diera la gana, y eso hago.

La obra que hoy nos ocupa es una novela más que curiosa e interesante. Se trata de Cyclus apocalypticus. Historia de la Era del Apocalipsis, del padre José Antonio Fortea Cucurull. Reconozco que no tendría por qué haber escrito su nombre completo, pero es que el segundo apellido me parece descojonante. Sobre todo cuando sabes que su insigne dueño tiene esta cara: 

El vinagre es mi alimento

Antes de hablar de la novela, comentaré que el padre Fortea es, además, exorcista; y que, lejos de la cara de mala uva e intransigencia que gasta, sus obras dejan ver a un tipo con una visión bastante atinada del mundo en que vivimos, amén de otras virtudes que se aprecian en Cyclus apocalypticus. Entiendo que, visto lo visto, la primera impresión sea la de que voy a dilapidar la obra, además de cachondearme de su autor, poniendo a caldo una trama moralizante llena de adoctrinamientos cutres, mensajes evangélicos que no vienen a cuento y demás. Pero nada más lejos de la realidad.

Para empezar, ya matiza el buen padre que su novela no es otra cosa que ciencia-ficción. Y es cierto. El tema de Cyclus apocalypticus no es ni más ni menos que lo que promete, a saber, una suerte de futurible sobre qué ocurriría si las profecías del libro bíblico sucedieran en realidad, habiendo avanzado la historia desde nuestros días.


La historia se sitúa entre los años 2181 y 2213. Durante ese periodo de tiempo, seis generaciones de seres humanos viven la decadencia y casi extinción de la raza humana. El cristianismo y su cultura han quedado obsoletos, así como las demás religiones monoteístas. El pensamiento religioso y la vida espiritual quedan a un lado, y todas las doctrinas utópicas que tienen que ver con la justicia social, la solidaridad o el bien del Hombre permanecen olvidadas.

Políticamente, la civilización occidental ha pasado por un grave periodo de crisis, en el cual los ciudadanos han dejado de creer en la democracia, hundida por la corrupción de las instituciones, y han preferido la seguridad férrea de una pseudo-dictadura unificadora del continente que garantice un enorme estado del bienestar, sacrificando toda opción de libertad gracias a leyes cada vez más restrictivas, y una sobre-dependencia de los poderes oficiales. Europa y América -que aglutinan muchos más territorios, planetarios e interplanetarios, de los que tienen en la actualidad- conforman dos grandes bloques políticos, en los que socialmente se ha vuelto a usos, costumbres y figuras estatales del antiguo Imperio romano. En este sentido, destaca la forma magistral en la que el autor desarrolla una de las claves de la novela, así como una de las mayores incógnitas del propio Apocalipsis: ¿Quién o qué es el temido Anticristo?







Para Fortea, el hecho de que esta figura acumule tanto poder, y sea capaz de reinar en la tierra durante tanto tiempo antes de la Segunda Venida de Cristo, ambientando el libro en un futuro de alta tecnología y colonias interplanetarias, le hace dar una idea clara y casi desconcertante. El Anticristo es un partido político.



El emperador de la Europa alternativa logra erigirse como jefe supremo de los dos grandes bloques. De esta forma, sus sucesores -siete en total- irán conformando la gran Era del Apocalipsis, imponiendo una nueva y engañosa religión de trasfondo diabólico, exterminando en masa a los cristianos en campos de concentración, y creando guerras que  empobrecen y diezman la población a pasos agigantados. El conocimiento de Fortea sobre el Apocalipsis se muestra brillantemente, pues uno a uno se suceden todos los signos del Fin del Mundo descritos en la Biblia, solo que la gente no puede identificarlos, debido a una ignorancia calculada por el poder.

El estilo de la novela no es, ni mucho menos, tan bueno como cabría esperar, en especial para un lector avisado en el género; sin embargo, Fortea conforma su novela en torno a breves escenas, las cuales, a modo de retablo, representan una idea general y perturbadora del Fin de los Tiempos. Esto, sin duda, agiliza la lectura, aunque el poso que va dejando es cada vez más amargo y depresivo, puesto que toda la novela representa una degeneración de la raza humana, observada desde todos los frentes -curiosamente, prácticamente no aparece el punto de vista de los católicos- por un autor desvinculado de la trama, que simplemente ofrece una sucesión de hechos, en los que no participa ni intercala ninguna digresión.


A este respecto, diré que, particularmente, la novela me dejó estupefacta, además de que me gustó bastante. A pesar de sus defectos en lo formal, el tono de las distintas escenas resulta muy visual, casi cinematográfico en algunos pasajes, como el magistral arranque, en el que observamos una gran ciudad del futuro vista por un monje, sentado en el scriptorium de un monasterio del siglo XXII. Mención especial merecen la escena en la que los catedráticos ateos debaten sobre el futuro de las obras religiosas que han sido prohibidas, o el  discurso de un profesor de universidad en África, que, en unas pocas páginas, resume a la perfección la mentalidad de la época última inventada por Fortea.

De todas formas, confieso que éste es el primer libro apocalíptico que leo. Ya conocía las grandes anti-utopías clásicas, aunque ignoraba que existieran más novelas que hubieran creado una especie de subgénero. Para empezar, decir que Cyclus apocalypticus es la primera novela de una decalogía, la saga del Apocalipsis, donde el padre Fortea analiza el mismo mundo desde muy diversos puntos de vista. De entre estos diez libros, yo sólo he ojeado La construcción del jardín del Edén, que trata de un científico que cree poder recrear el Paraíso. A este respecto, me da la impresión -y conste que se trata únicamente de eso- de que la idea de llevar adelante una trama completa, sin esa aparentemente desastrada estructura de retablo visceral, aportarán al resto de novelas un aire racional que puede que les haga perder fuelle. De todos modos, habrá que leerlas para saberlo, aunque de primeras no me fíe demasiado. Si algún lector está versado en la ciencia-ficción apocalíptica, le recomiendo que visite la siguiente reseña de la novela de la que hoy me he ocupado, pinchando aquí 


Así las cosas, decir que esta novela de la desolación resulta francamente perturbadora, que recomiendo su lectura, tanto a creyentes como a amantes de la ciencia-ficción que, si puede ser, lleven bien el tema de angustiarse con una trama en la que la desesperación va in crescendo hasta el límite; y por lo demás, quiero aclarar que, en concreto, esta obra me ha perturbado para bien, aunque puede que, en algún momento, escriba sobre otras que me perturbaron para muy mal, o para tan mal que acabé llorando de la risa. 

P. D: ¡Espero vuestros comentarios, calamares!

lunes, 18 de febrero de 2013

Viaje astral

En la habitación, en medio de la penumbra de una fría madrugada, sentía que su cuerpo comenzaba a calentarse bajo las sábanas, excitado. Sobre ella, un hombre terminaba de repasar su contorno con el poderoso grave de su voz.

Sólo pasaron unos segundos cuando aquel hombre se levantó, poniéndose una bata mientras salía de la estancia. Había sonado la llave de la puerta, y la luz del pasillo estaba encendida. Girándose, miró hacia la cama, sonriendo. 

-Mi hijo- susurró a modo de disculpa.

¿Quién era? A esas alturas, no podía recordarlo con precisión. La voz le resultaba familiar. Podía reproducir la sensación de su peso sobre su vientre, y el tacto de sus manos, acariciando sus senos. ¿Quién era? No lo sabía. No lo recordaba. Daba igual. Se estaba tan a gusto bajo las sábanas...

Instintivamente, cerró los ojos, adormecida por el microclima que había creado sobre el pequeño colchón. Permaneció inmóvil, puede que varios minutos. No quería destrozar aquella sensación placentera desplazando un pie o una mano a otra parte más fría.

De pronto, lo notó. Estaba ahí. De nuevo estaba ahí. Había vuelto, desde hacía ya tantas noches. Los músculos se contrajeron. El estómago se cerró, tenso. Su figura comenzó a hacerse más pequeña, casi fetal, escondida por completo bajo las mantas. Sí, por supuesto que tenía una manta, porque el frío había vuelto a su alma, de repente.

Su presencia podía percibirse en cada rincón, aunque lo último que deseaba era verlo. La sábana se levantó bruscamente, y su corazón se tensó aún más, cuando notó que la había agarrado por los pies, y empezaba a tirar de ella.

Como siempre, su garganta se había quedado muda. Abría la boca, pero no era capaz de emitir ningún sonido. Desde su mente, logró concentrarse, y, con miedo hasta de sus propios pensamientos, comenzó a rezar, mientras cerraba los ojos hasta que los párpados parecían explotarle bajo las cejas arrugadas. Se mantuvo así por un tiempo indefinido, hasta que dejó de sentir aquella tirantez en los pies. La había dejado, pero sólo por el momento.

Haciendo un esfuerzo titánico, se puso en pie, y, descalza, salió de la habitación. La luz del pasillo seguía encendida, aunque estaba vacío. ¿Hacia dónde ir? Aún seguía sin poder articular palabra, por lo que le iba a resultar muy difícil pedir ayuda. Tenía que huir, volver a su habitación, a su cama, encontrar un lugar seguro en el que poder respirar, libre de aquella tensa y secreta persecución. 

El pasillo vacío era largo, y estaba plagado de puertas cerradas. Se movió bajo la luz verdosa hasta que encontró un umbral que ofrecía una penosa oscuridad. No podía abrir ninguna puerta más, y tampoco podía permitirse el lujo de quedarse esperando en el pasillo. Entró, sin parar de rezar en el fondo de su mente.

Aquella habitación era también verde, aunque de una tonalidad algo menos hostil. A la izquierda, una lamparita daba una penosa luminosidad blanca a la figura de un niño, que la observó con un gesto ausente. Era rubio, delgado y pálido, y vestía una camisa y un pantalón corto. Las oraciones parecía que se entrecortaban en medio del temor que sentía; pero había comenzado también a sentir curiosidad. Cerca del niño había una cama, cubierta de una colcha verde donde descansaban letras recortadas en fragmentos de papel blanco.

Se acercó a la cama para verlos mejor. En un lado, algunos trocitos de papel semejaban pájaros, volando sobre una única palabra recortada en mayúsculas: "YO". Daba la sensación de que aquel chico había colocado los recortes para ver mejor cómo quedaban sobre una superficie, o simplemente por placer, por completar algún juego o un mural que, tal vez, estuviera preparando en su escritorio. ¿Realmente los había cortado él? ¿Había sido él quien los había dispuesto de aquella forma, sobre la cama? A la izquierda, otro grupo de papeles describían un nombre completo, creía recordar que con algún otro pajarito: "VANESA". ¿Su hermana? ¿Su madre? ¿Una amiga? No tenía ni idea, y el chico no debía tener intención de aclarárselo, puesto que aún no la había interrumpido en sus pesquisas.

Otra vez la tensión. Su propio miedo la alertó de que el peligro estaba cerca. Se contrajo. No era capaz de recordar si el niño seguía o no junto a ella. Ni siquiera estaba segura de que los nombres que había leído recortados sobre la colcha fueran exactamente aquellos. No podía salir. No había más puertas. Su voz retumbaba en la totalidad de aquella siniestra habitación verdosa. Rápidamente, se hincó de rodillas y apoyó sus brazos extendidos sobre el lecho. Mientras crecían las carcajadas de la temible voz, juntó las manos, temblando como una hoja que se ase por unos leves milímetros a la ramita de un árbol raquítico. No podía hablar, y se puso a boquear como un pez sin aire. Cerró los ojos, sintió la presión de las cejas, la explosión de los párpados. Rezó. Rezó con toda la concentración mental que le permitía el miedo. Rezó. Rezó sin parar. Las carcajadas estaban cada vez más cerca de sus oídos, y la desconcentraban, haciendo resonar en su cerebro las partes inconexas de las oraciones. A pesar de todo, rezó. Siguió rezando, de rodillas, hasta que una brisa de aire frío le entumeció la espalda. 

Después, nada. 

Tan solo dar un tremendo salto de la cama, sin pararse a mirar su reflejo en las enormes puertas de espejo de su armario; caminar por el breve pasillo de su casa, encender todas las luces, tomar un vaso de leche caliente, y dormirse plácidamente al calor de una manta en el sofá, con la compañía de las voces de la televisión de pago. Justo lo que siempre había criticado en los demás.

sábado, 16 de febrero de 2013

Nombres y apellidos

Seguro que más de una vez habréis escuchado que hay que llamar a la cosas "por su nombre". Y puede que en alguna que otra ocasión, hayáis escuchado la forma más enfática de hablar de lo que sea "con nombre y apellidos". Y es que, como en cualquier sociedad, la palabra es un medio claro de definición. Ya antes de que nazca un niño, la gente pregunta presurosa cómo se va a llamar. Cualquier mascota, nada más ser presentada en sociedad, es llamada por su nombre. Porque éste lo define de la forma más concreta del mundo. Aunque existan miles de personas o animales que compartan el mismo patronímico, cada uno de nosotros se transforma en alguien único y exclusivo gracias a ese nombre propio y, cómo no, a esos apellidos.

Normalmente, la gente suele sentirse orgullosa de su apellido, a pesar de que se han hecho multitud de noticias, correos en cadena y power points con ejemplos de víctimas de extrañas combinaciones que, más que obedecer a una exhaustiva búsqueda de un distintivo para un ser querido, surgían de lo que yo he dado en llamar la "estrategia Jerónima", por los conocidos versos de la coplilla:

"Jerónima,
lo tuyo no es un nombre,
lo tuyo es una venganza.

Jerónima.
Que el día que te lo pusieron
tu padre estaba borracho
y tu madre estaba de guasa."

Pues sí, amiguitos. ¿Cuántas veces no habremos escuchado el famoso chiste de la señorita Dolores Fuertes de Barriga? Yo lo único que he conocido fue a un tipo que se apellidaba Casado Consuegra, y reconozco que me hacía la mar de gracia. Sin embargo, a pesar de estas inquietantes circunstancias vitales, puede haber gente que saque partido del asunto haciéndose famosa, o, simplemente, tener la excusa perfecta par ser el centro de las reuniones sociales, practicando el sano deporte de reírse de sí misma. 

Otras personas, sin embargo, muestran un ligero desapego hacia su nombre o apellidos, aunque no hasta el punto de repudiarlos o renegar de ellos. Simplemente, les da un poco igual. Es su apellido, el que les ha tocado, y con eso basta.Tampoco es que nuestros apellidos sean algo especialmente relevante, ¿no?

Bueno, a veces, puede que sí. De hecho, se decía que las grandes actrices y cantantes debían ser reconocidas por su apellido, ante el cual había que poner un artículo determinado. De esta forma, la Bernardt, la Guerrero o la Piquer demostraron su valía artística, y la Cantudo o la Pantoja pudieron llegar a creerse que eran alguien. Y eso siempre es positivo y muy pero que muy potito.

Mi relación con mis apellidos siempre ha sido más del segundo grupo. Nunca me he preocupado demasiado de ellos, hasta que las circunstancias me hicieron cambiar de opinión, pero sólo en momentos puntuales. En primer lugar, el apellido de mi madre termina en -s, siendo muy común el que absolutamente nadie se la ponga, ni si quiera en mi trabajo, después de cinco años, donde todavía puedo encontrar algún que otro gazapo. A mí me da la risa, pero siempre pienso: "esto no se cuento a mamá, que viene o los acaba crujiendo".

Ahora, con el asunto este del cónyuge A y el cónyuge B, puede que algunas mujeres puedan preservar apellidos familiares de rancio abolengo. Mi amiga la Medicinera siempre ha tenido ese problema. Dos hermanas, y encima con un segundo apellido que todo el mundo se empeña en poner mal. En su caso, no se trata únicamente de una letra extraviada, sino del cambio completo de la palabra. En cualquier lista, registro o documento oficial, la pobre tiene siempre que acabar montando el pollo porque nadie tiene en cuanta el apellido de su madre. Y eso cuando no se lo quitan directamente, porque el primer apellido es compuesto, y mucha gente se piensa que tras la segunda parte no hay nada más. La vida tiene a veces estos reveses, claro que sí...

Volviendo a mi caso, el segundo problema con mis apellidos surgió a partir de lo que yo denomino mi periodo "antiadolescente". En aquellos años, los típicos macarras sin media bofetada ni cerebro completo, pero con cierto carisma, solían llamarme por mi apellido. Tal vez porque conocían a mis padres, tal vez porque, bien combinado, daba pie a bromas bastante estúpidas (En aquellos años yo decía que mi apellido era como un buen Martini, lo cual producía mucho más cachondeo, cosas de la hipermadurez), o simplemente porque era así, lo que me había tocado, y punto pelota. 

El caso es que aquella chorrada de experiencia me marcó mucho, y, con el tiempo, nunca he soportado que la gente me lame por mi apellido. Existen, por supuesto, honrosas excepciones, como cuando va seguido de un "señorita", o te encuentras en alguna clase de sede u organismo oficial. Entonces sí. En el resto de casos, ni en la facultad, ni con gente nueva, ni en mi trabajo, he consentido que nadie utilice mi apellido par dirigirse a mí. Para algo tengo tres nombres, aunque eso es otra historia que me haría perder completamente el hilo de lo que estoy intentando contar.

Bien, resulta que hace unas semanas me llega un compañero de trabajo. Un tipo un tanto estrambótico al que veo más bien poco; pero con quien me llevo bastante bien. Creo que puede tener algún tipo de problema para relacionarse con los demás, porque hay que reconocer que le cuesta un poco, no siendo en absoluto mala persona. Lo malo es que no se le ocurrió otra cosa aquella mañana que tener un arranque de originalidad, y comenzar a llamarme por mi apellido, alegando que le parecía muy gracioso llamar a la gente así.

Puede que se tratara de la broma de la semana, o de una ocurrencia que hubiera caducado unos minutos después. Pero me negué en redondo a que, en un lugar donde todo el mundo me conocía por mi nombre, empezaran a cambiar la tendencia sólo porque alguien había oído la gracia y le apetecía repetirla. No señor. había que cortar por lo sano, y cuanto antes.

He de reconocer que la mirada láser con la que atravesé a mi pobre compañero era más bien inmerecida, y que mi tono de voz y mis palabras estaban cargados con gangrena pura; pero no me callé. Más aún, no me arrepiento. Más tarde le pedí disculpas, eso sí. Sólo tuve que aguantar que, durante un par de días, me llamara estentóreamente por mi nombre con cierto retintín. Motivo por el cual estuve a punto de soltarle una señora hostia. Afortunadamente, no llegó la sangre al río, y ahora no pasa absolutamente nada. Seguimos con nuestro ritmo de vernos muy de vez en cuando, y llevándonos bien.

Sé positivamente que tal vez este problema con mi apellido no sea más que una gilipollez. Pero supongo que todos tenemos pequeñas chorraditas que, queramos o no, pueden perturbar nuestro ánimo o ponernos a la defensiva. Y, francamente, si en realidad se trata de tales chorraditas, pueden obviarse y hasta resulta graciosas. Y también pueden ser perfectamente evitables y, por supuesto, no reproducibles en nuestra presencia.

viernes, 15 de febrero de 2013

Yo y los musicales

Últimamente, pasear por la Gran Vía implica ser asaltado por enormes carteles que anuncian musicales de lo más variopinto. La moda, supongo. Los productores, o los empresarios, o quien narices sea, han decidido que era mejor irse cargando los antiguos teatros con nombres de insignes escritores, y ponerse a la última, rebautizando los mencionados teatros con nombres de empresa (Movistar, Häagen-Dasz...) y apuntándose a la moda de crear una especie de "Pequeño Broadway" en pleno centro de la capital.

Como consecuencia de esto, los musicales llegan ahora a España, o se crean directamente, basándose en cualquier idea peregrina que surja de la cabeza pensante de turno, lo que más de una vez implica bizarradas y desvergüenzas mil para sacar la pasta a los espectadores. 

El caso es que comencé a reflexionar sobre el género. Seguramente conozcáis a muchas personas que presumen de que "no les gustan los musicales", y oye, me parece bien. En este sentido, yo no sabría decir si me gustan en general o no; porque muchas veces el argumento que esgrime la gente a la que no le gustan es cierto: es un coñazo ver a un tipo que, de pronto, se pone a cantar por la calle y que desde el lechero hasta la señora del perrito de lanas cantan y bailan con él, volviendo a la normalidad en menos que canta un gallo. Así, sin pan p'a empujar.

Lo curioso del caso es que, si recapitulamos, incluso los no enamorados del género, como por ejemplo, yo misma, podemos reconocer que hemos visto muchas películas o espectáculos de este tipo (algunos, más de una vez), y que, si no del todo, ha habido canciones o escenas que nos han gustado, y que guardamos en nuestra memoria como buenos recuerdos de la infancia. Es por esto que voy a plantear una división, completamente particular y subjetiva, basándome en los musicales que conozco.

Musicales de la infancia

Todos hemos tenido acceso a este tipo de películas. Todos las conocemos, las recordamos y hasta tarareamos sus canciones. Muchas de ellas resisten el paso del tiempo mucho mejor de lo que lo haría cualquier otro film mucho más pretencioso. Pensemos, por ejemplo, en Sonrisas y lágrimas, con las canciones más cuquis del universo mundial. La historia de la familia von Trapp huyendo de los nazis, mientras cantan vestidos de tiroleses enseñados por una ex monja metida a niñera que más tarde será su madre se nos hace ligera, divertida y ñoña a partes iguales. Por no hablar de las numerosas versiones de "My favourite things", o de este entrañable momento:


Otro musical que en su momento me llamó la atención, y que incluso hace poco me descargué de internet, es Siete novias para siete hermanos. Las andanzas de los rudos montañeses Pontipy, inspirados en la tradición latina para raptar a sus novias, no me importaban demasiado. ¡Cómo me iba yo a fijar en ninguna clase de trama, viendo los trajes de colorines que se gastaban los leñadores! Por no hablar de la falda de remiendos. ¡Eso sí que era un espectáculo!

Cabe decir, no obstante, que la peli se hizo con cuatro duros, motivo por el cual no se rodó ni una sola escena en exteriores. Al parecer, la productora no deseaba apostar demasiado fuerte por la película; pero, cosas de la vida, se convirtió en un éxito. Hace algunos años, con la fiebre musical española, se intentó adaptar y se llegó a representar en algunos teatros, aunque, esta vez sí, la cosa no salió como cabía esperar, y el montaje fracasó.



En aquellos años de mi niñez, Julie Andrews era la reina indiscutible de los musicales -o, por mejor decir, de mis musicales-. A pesar de ese bodrio infumable que es Víctor o Victoria, todo se le perdonaba cuando, aparte de verla triscar por los montes cantando "The sound of music", podías envidiarla y querer ser como ELLA, la prácticamente perfecta en todo Mary Poppins. Siempre he pensado que mi gusto por lo decimonónico, lo victoriano y las horteradas nació contemplando una y otra vez a la mejor Supernanny de todos los tiempos, que no necesitaba poner pegatinas en la tetera de la casa; pero lograba dar a toda la familia una nueva visión de las cosas. Incluso llegué a comprarme unos zapatos violetas hará como cinco años, creyendo que había alcanzado el culmen del horterismo. A mí, particularmente, me encantaba el vecino loco que tenía su casa como si fuera un barco, y que lanzaba cañonazos a las horas en punto, aparte de la canción sufragista de la señora Banks, que parece algo menos naïf que las insinuaciones feministoides de Siete novias para siete hermanos, y desde luego es mucho más graciosa.


Ya que me he metido con Mary Poppins, supongo que se hace necesario hablar de las pelis de Disney. Al menos las de cuando yo era pequeña, porque, aunque algunas intentan mantener ese estilo de "hay que meter una canción en esta película para que quede más bonita y, sí, también por cojones", como Brave, la hornada de films que, desde Blancanieves, fueron cautivando a multitud de niños durante décadas, no eran otra cosa que películas musicales animadas. Algunas, desde luego, muy buenas, como La Sirenita o El rey León, cuyo montaje teatral está causando furor en nuestro país. Otras, como Tod y Toby o Pocahontas, son un ejemplo de canciones atrapa-niñas que, en realidad, encubren una historia bastante lamentable.

Por último, un hito de la infancia de casi todas las niñas del mundo occidental, que llega incluso a nuestros días, es Grease. La historia del macarra redimido y la pazguata espabilada corría como la pólvora en manos de cualquier chavalina que, aunque ya fueran los noventa, trataba de hacerse con el cassette de las canciones para bailarlas en su casa y aprendérselas de memoria. Poco tengo que decir al respecto, salvo que la segunda parte, con Michelle Pfeiffer y Lorenzo Lamas, incurre sin ambages en la vergüenza ajena -tendencia muy ochentera, por otra parte-, y que, hace poco, revisando algunas escenas con una amiga, me partí de risa al comprobar que nunca se había fijado en que, al final de la canción que Jonh Travolta le canta a Sandy, todo el fondo es un anuncio del cine de verano donde una salchicha se introduce de cabeza en un perrito caliente. Muy redimido, muy triste, y todo lo que tú quieras, pero Danny Zuko lo que quería era, básicamente, follar. ¡Minipunto para la brillantina!

Buenos y malos musicales

El hecho de vivir en una familia cinéfila y, en concreto,  amante del cine histórico hace que, desde muy pequeña, tengas acceso a todo un mundo de películas que van de lo sublime a lo directamente infame. En el asunto que nos ocupa, hubo otros muchos musicales que conocí desde temprana edad, y que he vuelto a revisar, años después. Es por esto que he terminado elaborando una teoría sobre los musicales, que comparto con bastante gente.

En mi opinión, los musicales que se hacen un poco porque sí, y en los que las canciones no suelen estar demasiado justificadas, sino que la gente canta porque "¡joder, que estábamos haciendo un musical!", pues resultan un pelín coñazo, la verdad. Son justo esas obras de las que se ríe la genial Hairspray con su desterillante "Good morning Baltymore", por ejemplo. Sería el caso de algunos de los nombrados anteriormente, y de otros como ChicagoMy fair lady o El hombre de la Mancha, dentro de que puedan tener alguna buena canción, sobre todo en el caso de este último.



Por otra parte, algunos musicales terminan quedando un tanto desfasados, aunque se les reconozca el mérito de haberlo petado en su momento, como Jesucristo Superstar, FamaFlash Dance o incluso Foot loose. Estos últimos, unidos a Fiebre del sábado noche o Dirty Dancing, dejaron una estela que llegó a alcanzar cotas sumamente lamentables, como la película Girls just wanna have fun, protagonizada por la neoyorkina de corazón y frívola de todo lo demás Sarah Jessica Parker. Para muestra, un botón:



Ahora, sí que es cierto que otras muchas historias han sido y serán auténticas obras maestras, musicales en los que las canciones encajan como un guante dentro de la historia, están justificadas, todo da un aire magnífico de verosimilitud, y cumplen con su función a las mil maravillas.

Cabaret es, en mi opinión, la mejor representante de este grupo. Los números musicales del Kit Kat Club, que corren a cargo del enormísimo Joel Grey, representan de forma grotesca una realidad grotesca de por sí, con una historia de amor libre en medio de un Berlín a punto de perder su libertad. Sally será el único personaje que realmente viva entre ambas orillas del río, mostrándonos su realidad sentimental. Además de esto, la famosa escena de la cervecería, reflejo más que impactante y certero de la mentalidad de la Alemania pre-nazi, y la estética del conjunto de la película, han logrado convertirla en un clásico, además de en lo que, para mí, es un musical de libro.



En otra línea, aunque igualmente exitosa, se situaría Hair. Historia que representa como pocas la mentalidad y características del movimiento hippie que, en contra de Jesucristo Superstar, parece no haber envejecido tanto con el paso de los años. Aún hoy, multitud de escenas y piezas musicales son recordadas y versionadas. Destacan la escena del reconocimiento médico y la canción "White boys, black boys", el arranque, que es de los mejores de entre las películas que estoy enumerando hoy, y la famosa escena en la que el protagonista toma LSD, con sus visiones psicodélicas impregnadas de la imaginería y estética de los años sesenta. Cómo no, una de las canciones favoritas es la que da título al musical. Resulta un tanto obvia, pero no quería pasar sin mencionarla.

Por último, The Rocky Horror Picture Show es una marcianada de las gordas. Y nunca mejor dicho, porque lo de los transexuales transilvanos interplanetarios podría parecer la excusa perfecta para tirar por tierra parte de mis argumentos. Pero nada más lejos de la realidad. A pesar de lo extraño de la historia, lo surrealista del argumento y lo estrambótico de las canciones y los personajes, la cosa tiene mucho más sentido que un Cantando bajo la lluvia cualquiera. Dos chicos que pertenecen al mundo ordenado y racional, pasan la noche dentro de un ambiente completamente underground, que les hace replantearse todos sus esquemas y cambiar su vida para siempre. De hecho, el comienzo y las canciones que canta la pareja protagonista, no son otra cosa que una burla de los "típicos" musicales de canción melódica llena de elementos pastelosos. Incluso cuando Susan Sarandon decide dejar de ser un mojigata para intentar tirarse al hombre perfecto creado por el MAGNÍFICO Tim Curry, la letra no para de hablar de deseo y seducción; pero la música y el tono siguen siendo arquetípicos dentro del estereotipo. Este y otros muchos ejemplos podrían ser aducidos a favor de la película, aunque es mejor dejar que quien no la ha visto la experimente en sus retinas, y luego cuente.



Así las cosas, mis incursiones en el mundo del musical han sido muchas más de las que yo misma hubiera esperado antes de escribir este post. De hecho, me vienen a la mente otras cintas, como Cover girl o Un americano en París, que entrarían dentro del género estereotipado y que, aunque a ratos resultan entretenidas, no me gustan demasiado.

Para terminar, me gustaría hacer mención a un musical que, si bien no termina de gustarme del todo, tiene la escena de cachondeo perfecta. Buena historia, y gran momento que, innovando, se burla y en parte reinventa el género. Les dejo con la versión más actual, porque, seamos sinceros, ¿qué mayor genialidad que poner de cantante nazi gay friendly al niño de la cervecería de Cabaret?

 

martes, 5 de febrero de 2013

Un sueño

Había algo extraño en el pasillo. Y no es que no reconociera dónde estaba. Claramente, aquel era el pasillo, la entrada de su propia casa. 

Y sin embargo... ¿por qué le parecía que aquél no era el pasillo que conocía? La estructura, el lugar que ocupaban los muebles, todo parecía estar en orden, pero, ¿y el color? ¿Y el modelo y la forma de aquellos mismos muebles? ¿Y ella misma, sentada en el suelo, con las piernas replegadas, apoyada contra la mesita del teléfono?

Lentamente, comenzó a incorporarse, mientras observaba despacio toda aquella amalgama de imágenes. A su derecha, la supuesta puerta de su cocina parecía no contener nada tras su quicio, a pesar de que estaba abierta, y una luz fosforescente parecía salir de su misterioso interior.

Una vez de pié, permaneció inmóvil justo delante de la puerta principal. Aquella que debía dar directamente a la calle. No estaba. No era que hubiese desaparecido, ni que se pudiera contemplar el exterior por medio de un hueco en la pared. Daba la impresión de que toda la distribución de la casa -su casa- hubiera cambiado de pronto, y sólo se veía que el pasillo continuaba hacia adelante, un par de metros, hasta lo que parecía ser la entrada a una especie de despacho. 

A través de la puerta abierta, podía distinguirse un escritorio sobre el cual zumbaba una pantalla de ordenador. A pesar de que el camino pareciera estar trazado, no quiso avanzar, y lo que pudo ver aún de pié, junto a ese teléfono que no era el suyo, la dejó tan aterrada, que no pudo por menos que permanecer inmóvil en medio del pasillo.

Una cara asomaba tras la pantalla. Una cara que parecía salir de detrás del escritorio, y que la miraba fijamente, haciendo un extraño y grotesco gesto de sorpresa. Era su cara. ¿Su cara? A primera vista, eso era lo que parecía, de no ser por su pelo corto, peinado hacia atrás, y una especie de leve e insultante bigotillo que lucía. ¿Quién era? ¿Qué quería? La cara masculinizada no profirió palabra alguna. Se asomó, con aquel horrible gesto de pesadilla, y volvió a ocultarse tras la pantalla del ordenador.

Cuando tuvo ánimo para reaccionar, dio media vuelta y, no sin cierta naturalidad, anduvo hacia el salón. Al entrar, volvió a comprobar que algunos muebles estaban en su sitio. Los sofás se encontraban en una disposición idéntica a la de su propia casa, aunque el color y el modelo fueran totalmente distintos. Lo mismo ocurría con el suelo y las paredes. 

Aquella sensación de constante desasosiego, aquella débil vocecita de alarma que la hacía estar continuamente en guardia, le daban una idea cada vez más clara de que aquello no era un hogar, y mucho menos el suyo. De pronto, pudo observar a su padre, sentado en el sofá. El suspiro de alivio que tenía en la garganta no llegó a salir de entre sus labios, pero igualmente se acercó a él. Solo que no lo hizo, al menos, no del todo. Al situarse justo delante de aquel personaje, supo inmediatamente que no podía ser su padre. vestía un extraño batín de color rojo sangre, y las uñas de sus manos eran largas. En lugar de la familiar y blanca pequeña matita de pelo que rodeaba su cabeza, había ahora una voluminosa melena, de un negro brillante. 

Una voz, incesante, repetía en su cabeza, "Papá". La misma voz que hacía unos segundos no había parado de repetirle "Es mi casa". Pero ella estaba segura de que ambas cosas eran falsas, y tuvo miedo. Un miedo indescriptible que le había cerrado la garganta y paralizado las piernas. Un miedo aún más grande y lacerante que el que le inspirara su primera visión, pues se sabía sola, perdida, en un lugar completamente desconocido y engañoso.

Aquel personaje que pretendía ser su padre posaba sobre ella una mirada helada, inerte y voraz. Haciendo acopio de toda la fuerza de que era capaz, finalmente logró soltar un hilillo de voz, que decía:

-No sé dónde tengo que ir.

En realidad hubiera podido decir algo como "No sé salir de esta horrible pesadilla", "¿Por qué no estoy en mi casa?", o cualquier otra cosa que hubiera disipado sus temores y le hubieran hecho recuperar el control de la situación. Pero aquello fue lo único que se le ocurrió.

El supuesto padre sonrió, dejando ver un par de hileras de dientes deformes, sucios y afilados. Aquella era la expresión más espeluznante que ella hubiera visto jamás. Quería salir, salir de allí. Sentía que aquel horrible monstruo que tenía una cierta apariencia mal disimulada con su padre iba a atacarla por no hacer la pregunta correcta, o simplemente porque sí, porque era su naturaleza, porque estaba escrito que aquella visión había sido concebida para hacer el mal. 

Habló. Y ojalá no hubiera hablado. Su voz, gutural y metálica, surgió como si tuviera un magnetófono en las tripas. Retumbaba y parecía oírse en todo el espacio del aquel inquietante salón. Sus palabras, en respuesta a la desesperada petición que ella había hecho, como si fuera una niña pequeña, fueron aún más desconcertantes.

-Bueno, entonces ve por el otro lado.

Y así fue, o así debió ser, porque en aquel momento, la pobre mujer despertó en el sofá de su casa -¡Su casa!- rodeada por un manta, con su padre sentado en el sillón, fumando un cigarro tan tranquilo mientras conversaba animadamente con su hermano. Debieron ver el sobresalto al despertar, o la expresión de los ojos de ella, escrutando cada detalle de la que sí parecía verdaderamente su casa, acurrucada en la manta, sin querer moverse, por miedo a despertar o volver a dormir de nuevo. Debieron verlo. Debieron adivinar la extraordinaria naturaleza de todo aquello, porque, cuando ella se cruzó con su mirada, tierna y comprensiva, ellos preguntaron, sonriendo:

-¿Y bien? ¿Qué has visto?

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Primera entrada de un blog que no aspira a más de lo que pretende cualquiera. Normalmente, hay personas que pueden desear escribir un blog para granjearse una cierta fama. Les aseguro que ése no es mi caso.

En mi opinión, esto podría traducirse a una especie de válvula de escape. Un lugar donde poder hablar de todo aquello que me interesa. Lo malo es que, también como a casi todo el mundo, estas cosas que pueden resultar interesantes son variadas, dispares y, en ocasiones, incluso un tanto excéntricas. Esto se traduce, cómo no, en que un día puedo comenzar a hablar sobre las cosas que me pasan o sobre las que reflexiono, y que al día siguiente puedo haber encontrado un vídeo graciosísimo y toca cachondeo. Algunos amigos míos dicen que oírme hablar o leerme es casi como ver "la vida en directo", y supongo que es cierto. Por lo tanto, ya que la vida no es más que un retablo en el que vamos apreciando detalles dispares sobre muy diversos aspectos, tanto de nuestro propio yo como de cualquier otra cosa, no garantizo la continuidad o el seguimiento de una determinada línea en este sentido.

Pero veamos lo bueno de las cosas. El hecho de que no termine de tener muy claro sobre qué nueva idea va a ser la que se pasee por esta Cava en la que me planteo vivir y establecerme, no tiene por qué ser necesariamente negativo. No a todos nos gustan las mismas cosas, ni a todos nos ocurre lo mismo todos los días. Puede que, por este medio, haya más gente que entre a ver qué se cuece por aquí, y que un determinado tema pueda enriquecer a todos los que deseen opina sobre él. Quién sabe...

Pues nada, lo dicho. A los que vengan, bienvenidos. Y a mí misma, espero que alguien pueda llamarme bien hallada. ¿Nos vamos de paseo por la Cava?